viernes, 9 de octubre de 2009

Un bebé en el hospital.

Mi hija pequeña, Diana, nació un 31 de julio a las doce y cinco minutos de la noche. Nació en tres horas, llegó prematura (35 semanas) y ni ella ni yo estábamos preparadas para un parto en ese momento, ni para lo que se nos vino encima a continuación: Diana tuvo un dis-tréss respiratorio y tuvo que estar ingresada los diez primeros días de su vida, siete de los cuales no pudimos tocarnos para nada. juntas pasamos por todo ello y juntas lo superamos. Ahora somos más fuertes que antes, de eso no cabe duda, y la experiencia, lejos de separarnos, forjó entre nosotras un puente emocional indestructible.

Pero no ha sido todo fácil, sino a costa de vivir algunas experiencias realmente duras (después del primero, hemos vivido dos ingresos más) y tener que "inventarnos" la manera de sobrevivir a todo ello.

La noticia. La separación.
Afrontar la noticia de la hospitalización de tu bebé pone en marcha varios procesos afectivos. Por un lado, hay que afrontar el miedo (más bien terror) a la muerte, a la pérdida. De la noche a la mañana uno se encuentra al borde del precipicio del destino. Todo puede pasar, para bien o para mal, y en ese momento la indefensión ante lo que la vida nos depara es grande.
Junto al miedo, convive una sensación de vulnerabilidad tremenda: nuestra vida depende de la suya y, la suya, en este caso, del buen hacer de los médicos y de su propia naturaleza.
En paralelo, hay que afrontar la separación. Dependiendo de la patología, puede suceder que no nos permitan estar junto a nuestro bebé. Ése fue mi caso. Nada más nacer tuvo que estar "en observación" y, a las pocas horas, presentó un problema respiratorio y tuvo que permanecer en la incubadora, durante diez días, con altos niveles de oxígeno para poder sobrevivir. No podía tocarla, y por ello, yo, la madre, recién dada a luz y con una necesidad física y emocional abrumadora de tener a mi hija junto a mi cuerpo, tuve que afrontar un auténtico desmembramiento de mi ser.

Mi hija y yo, que habíamos sido una durante su gestación, ahora estábamos separadas. Ella no me tenía a mí y yo no la tenía ella, de modo que las dos estábamos en una terrible falta. Durante esos días, toda yo (mi cuerpo, mi alma) me sentía mutilada. Y esa sensación generaba en mí una oleada de sensaciones de intranquilidad, angustia, necesidad y parálisis. Mi mente estaba constantemente en otro lado (junto a mi bebé, en este caso) y me costaba mucho trabajo convivir con lo real.
Mi cuerpo, sin barriga y sin bebé, estaba triste, hueco, apagado. Necesitaba con fuerza un olor, un tacto, una succión. Pero no tenía nada de eso. En su lugar habitaban en mí la culpa, el vacío y la rabia.

El dolor, el vacío, el desgarro
Lo único que tenía era un horario de visitas (dos veces al día, una hora, durante la cual la mirábamos a través de un cristal) y la posibilidad de darle mi leche a mi hija (a través de una sonda naso-gástrica, que es como la estaban alimentando) así que me aferré a eso porque ese era el único puente que tenía hacia ella en ese momento. Me di cuenta de que tenía que sobreponerme y centrarme en cualquier posibilidad de contacto o comunicación con mi hija.
Así que tomé mi primera decisión: luchar. Me entregué al vínculo y lo hice a través de la lactancia. Me duché, me cambié de ropa y le pedí a mi marido que me trajera urgentemente el sacaleches de casa. Iba a darle a mi hija lo único que podía darle de mí en ese momento: mi pensamiento en ella y mi leche.

Había pasado ya un día entero hasta que pude reaccionar y sobreponerme a todas estas emociones y al shock de lo vivido, de modo que no empecé a estimularme con el sacaleches hasta pasadas bastante más de 24 horas del parto. Fue costoso, pero sabía que si era constante lo conseguiría. Pensaba en mi bebé constantemente, haciendo míos todos y cada uno de los fragmentos de su imagen, todos los que yo suponía que podían ser sus sentimientos: su soledad, su abandono, su no saber, su falta de mamá.

Me ponía el despertador cada dos horas, mañana y noche, para estimularme. Por las noches les pedía a las enfermeras que estaban de guardia que me dejaran estar en la sala de neonatología para estimularme, con la excusa de que así no despertaría a mi acompañante. Me permitían estar, extraoficial-mente, en la sala de enfermeras y, después, con bastante insistencia, me dejaban entrar dos minutos a ver a mi pequeñita en su incubadora. Eso me hacía las noches más llevaderas.

Pero me sentía muy sola. Nos sentíamos muy solos todos, mi marido, mi hija mayor, mi bebé recién nacido y yo. Eché mucho de menos alguien que me ayudara, nos ayudara, a canalizar la fuerte experiencia que estábamos viviendo. Sólo nos informaban de la evolución de Diana y ya está. Yo miraba a los otros padres de niños ingresados y veía en ellos la misma tristeza, las mismas dudas, la misma sensación de estar perdidos... pero pocos se atrevían a entablar conversación con el de al lado. Y me di cuenta de lo bueno que hubiera sido para nosotros, en ese momento, tener una persona con quien hablar, alguien del propio hospital, un profesional que nos ayudara a poner palabras a toda la experiencia. En lugar de eso, parecía que tuviéramos que estar bien, que tuviéramos que sonreír, darnos palmaditas los unos a los otros y alegrarnos cuando un bebé era dado de alta, como si no pasara nada. El personal del hospital, médicos y enfermeras, no parecían ser conscientes del impacto al que estábamos sometidos. Ellos, inmersos en su rutina de niños que van y vienen, pierden la sensibilidad hacia las experiencias únicas de cada padre y madre que tiene que sufrir este proceso. Por eso, la sensación de soledad es inmensa. Todos te sonríen, pero nadie parece conectar con tu desgarro.

Familiares y amigos te llaman para darte la enhorabuena. A mí me parecía todo de locos. ¿Cómo podía estar yo de enhorabuena cuando mi hija estaba entre la vida y la muerte? Yo estaba triste, desolada, ansiosa. estaba luchando. Pocas personas podían ver eso: ellos estaban más cerca de la alegría del nacimiento en sí que de mi realidad, nuestra realidad, nuestro miedo a perderla.

Por otro lado, sabía que eran otras mujeres las que se estaban haciendo cargo de mi hija durante esas interminables horas. Que eran otras mujeres las que le tocaban el pecho para colocarle los electrodos, o para darle un masaje cuando se de-saturaba (otro fenómeno hospitalario: te familiarizas con toda una serie de términos médicos a la velocidad del rayo, aprendes a leer los monitores, los gráficos... a interpretar los gestos de los médicos y las enfermeras). Eran otras, las enfermeras, las que la atendían cuando lloraba (me torturaba terriblemente pensar en eso) y eran otras manos las que le ponían un pañal seco. Las odiaba pero, al mismo tiempo, las necesitaba.

Me molestaba enormemente su poder sobre mí y sobre mi hija pero, a la vez, les pedía encarecidamente que la trataran bien, que le dieran afecto, que no la dejaran llorar. La rabia que se generaba en mi interior por esta situación era indescriptible. Los impulsos animales me tenían descompuesta: me dolía en lo más profundo que otras mujeres tocaran a mi hija y la atendieran. En las horas de visita, vigilaba cada uno de sus movimientos y me ponía enferma la certeza de que ellas eran mis brazos, mis palabras, mis manos.

Mi médico alargaría mi estancia en la Clínica hasta que yo quisiera, me dijo. Máximo una semana. Pero al cuarto día yo empecé a sentir que algo no iba bien. Pasaba la mayor parte del día metida en la habitación dándole vueltas a la sensación de vacío. Por más que me esforzaba y todos los días me duchaba, me vestía y empezaba el día con la noticia de la evolución estable de Diana (no ir a peor significa ir a mejor), yo me seguía sintiendo paralizada, encerrada. Constantemente me preguntaba cómo se sentía mi bebé y a mi sensación de soledad se sumaba la de abandono de mi niña. Todo mi instinto se encontraba atrapado entre esas cuatro paredes, los horarios de visita a Diana eran estrictos y mi única actividad era sacarme leche y esperar. Por las tardes venía mi marido con mi hija mayor y eso me animaba y me daba fuerzas, pero al mismo tiempo sentía que me estaba ahogando en la rutina hospitalaria. Me estaba consumiendo.

Volver a casa
En este punto, tomé la segunda decisión importante en este proceso: no dejarme atrapar por la tristeza. Me iba a casa. Las horas previas a esta decisión fueron una auténtica tortura. Por un lado necesitaba estar lo más cerca posible de mi hija, pero, por otro, me daba cuenta de que era una falacia: sólo podía verla dos horas al día (una por la mañana y otra por la tarde), y el resto del tiempo estaba metida en la habitación esperando y hundiéndome psíquicamente. Aunque estuviera sentada en la puerta de neonatología viendo pasar las horas hasta que me dejaran verla, no iba a solucionar nada, más bien todo lo contrario. Ése no era el camino.

El jueves, día de mi cumpleaños, salí de la Clínica sin mi hija. Me iba a nuestra casa, a su nido, para calentar el hogar entre todos y preparar su bienvenida. Pensé que si cuidaba de nosotros, estaba cuidando también de ella, porque ella ya era parte de nosotros y nuestra casa ya era la suya.

Con la vuelta a casa recobré parte de mi fuerza. Pasaba las noches en vela y cuando dormía tenía horribles pesadillas. Esperaba en cualquier momento una llamada fatal y casi constantemente sentía el impulso de salir corriendo de nuevo hacia la Clínica. Pero, aún así, yo estaba más centrada y por tanto me sentía más capaz de seguir adelante.

Seguía sacándome leche (durante el día cada dos horas, por la noche cada tres) y almacenándola en la nevera. Tenía muchísima leche, de modo que guardaba el excedente en el congelador.
Todos los días preparaba minuciosamente una bolsa con todo lo necesario para ir a ver a Diana: ropita limpia, pañales, su tarrito de leche para todas las tomas de ese día. Esperaba ansiosamente el momento en que me dijeran que mi niña ya podía mamar.

También me cuidé mucho durante esos días de verme bien a mi misma: no soportaba mirarme al espejo y no reconocerme. No quería verme reflejada en una mueca de dolor, de modo que todas las mañanas me duchaba, me vestía con colores alegres y me ponía un poco de colorete. Comía bien. Todo era un ritual para preparar nuestro encuentro y el hacerlo me ayudaba a sentirme más cerca de ella, más útil.

Al final, entre el mantenimiento de la casa y la preparación para ir a la Clínica con Diana, las horas pasaban volando. Además, el hecho de hacer todo esto en casa me estaba permitiendo estar también con Andrea, mi niña mayor, y compartir con ella todos esos preparativos y ese tiempo. Me sentía viva y fuerte por primera vez desde que nació mi pequeña. La actividad me estaba ayudando. Sentía que por fin estaba haciendo algo por mi pequeñita.

Elegir la vida
La tercera decisión importante estaba al caer: vivir, por ella y para ella. El sábado era el cumpleaños de mi hija mayor: cumplía dos años. Habíamos invitado, antes del parto, a todos nuestros amigos con sus hijos para celebrar el cumpleaños en casa.

Lo primero que pensamos fue, lógicamente, no hacer nada. Pero poco a poco fuimos viéndolo de otra manera. Empezamos a pensar en lo injusto que nos parecía el vivir de luto sin estarlo. Injusto para nuestras hijas: para las dos. Nos parecía muy triste no celebrar el nacimiento de Andrea y nos parecía injusto que Diana fuera la causa. ¿Qué tipo de historia estábamos escribiendo? ¿Qué les contaríamos años después, cuando habláramos de su nacimiento? Queríamos que nuestras decisiones fueran el auténtico reflejo de nuestra necesidad de lucha y que esas decisiones fueran escribiendo la historia que un día nuestras hijas tendrían como propia. Diana estaba viva y mejorando y, aunque no pudiera estar en esa fiesta, no la dejaríamos sola: nos turnaríamos mi marido y yo para poder estar con las dos niñas en ese día. Y así lo hicimos, mientras tenía lugar el cumpleaños de Andrea en casa, primero mi marido y después yo, estuvimos en la Clínica para celebrar también con Diana el acontecimiento.
Decidimos aferrarnos a la vida, decidimos celebrarla: celebrar los nacimientos de nuestras hijas. No puedo decir que fue un día fácil, porque no lo fue. Pero tampoco fue un día triste.

Simplemente, fue un día duro y extraño; pero al llegar la noche, mi marido y yo nos abrazamos y supimos que habíamos hecho algo muy importante y que lo habíamos hecho bien. Habíamos conseguido estar con nuestras dos hijas y escribir su propia historia de otra manera. Andrea tuvo su fiesta de segundo cumpleaños y Diana estuvo, a su manera, presente en ella. Echábamos muchísimo de menos a Diana, pero todo lo que estábamos haciendo era por ella: ellas, nuestras niñas, eran las protagonistas de nuestras vidas. No íbamos a permitir que nuestra casa murie-
ra, que muriera nuestra ilusión ni nuestra esperanza en la vida, no íbamos a permitir que la familia de Diana se hundiera, porque ella iba a volver pronto. Así de sencillo.

El reencuentro
Y el domingo, por fin, llegó la buena noticia: Diana podía ya succionar y yo podía ponerla a mi pecho. Por primera vez desde el parto, siete días atrás, iba a tocar a mi hija. Fueron momentos mágicos. Cogí su frágil cuerpecito entre mis brazos y le di mi calor y mi pecho. Es curioso, pero no fue como "una primera vez"Yo pensaba que la iba a descubrir entonces, pero lo que sucedió fue sorprendente: ya conocía su olor, su tacto, su sonido. Resulta que ya conocía a mi bebé, que ya habíamos estado juntas todo este tiempo. ¡¡Qué ingenua había sido!! Pensaba que nos íbamos a encontrar al abrazarnos... pero en realidad lo que sucedió es que ya llevábamos una semana juntas, unidas, enlazadas, vinculadas. Llevábamos una semana encadenadas a nuestra ausencia. por eso el encuentro fue, más bien, un reencuentro. No nos extrañamos.

Ni ella a mí, ni yo a ella. Fue como unir la llave a la cerradura: todo encajó a la perfección. Se prendió de mi pecho y en ese momento el mundo entero desapareció para estar sólo nosotras dos, de nuevo, como una sola persona. Los días siguientes fueron, por fin, alegres. Desde el momento en que Diana pudo mamar su mejoría fue espectacular.

Tres días después volvíamos a casa. Con nuestra niña en brazos. Viva. Y sana.

La larga elaboración.
Llegar a casa fue como cuando se abre el cielo tras un día nublado. La luz lo llenó todo. Los días posteriores fueron de una gran paz para todos, la tormenta había pasado y juntos habíamos podido superarlo. Hubo que hacer algunos ajustes con la lactancia, sobre todo porque la cantidad de leche que yo tenía era bastante más de lo que ella mamaba, pero aún así cualquier cosa parecía ya fácil después de lo pasado.

Vivimos una larga luna de miel, todos juntos. Unos meses durante los cuales yo no quise pensar demasiado sino, simplemente, disfrutar de mi familia.
Tras ese tiempo, que fueron dos o tres meses, comenzó una etapa de elaboración, por mi parte, de lo sucedido.

Asimilar la experiencia, contármela a mí misma, revivir todos esos sentimientos para poder afrontarlos. no fue fácil ni rápido. Pasaron muchos meses durante los cuales yo todavía sentía culpa por lo sucedido (por haber nacido mi hija prematura) y miedo por las posibles secuelas que pudiera tener esa temprana experiencia en mi pequeña.
Yo estuve, durante mucho tiempo, traumatizada.

Cerrar el círculo.
Todos los días, para ir al trabajo, pasaba -y paso- por delante de la Clínica. Y todos los días tenía -y tengo- un pensamiento para las madres que estaban viviendo lo mismo que yo y para sus bebés.

No me atreví a entrar hasta un año después, cerca de la fecha del cumpleaños de Diana. Esta fue la última decisión que tomé sobre esta experiencia: cerrar el círculo. Entré en la clínica sola y, al volver a esa sala de neonatología, me invadió una profunda emoción. Reviví todo el dolor de aquellos días, y apenas pude hablar cuando las enfermeras me reconocieron y me saludaron. Lloré muchísimo, totalmente desbordada. No entendía por qué, pasado ya un año, no era capaz de enfrentarme de nuevo a ese edificio. Una enfermera me dio la clave: vuelve con la niña, me dijo, queremos verla.

Y así lo hice. Un día antes del primer cumpleaños de mi hija, volví con ella al lugar donde nació. Diana corría por los pasillos y señalaba con sus dedos regordetes las fotos de los bebés colgadas por las paredes.

Subida en mis brazos entré en la sala de neonatología y llamé a la puerta: me abrieron las mismas enfermeras que un año antes la habían visto tan malita. Y mi niña les sonrió. Y yo también. Ya no sentía ganas de llorar ni me sentía desbordada. Porque no estaba sola, como lo estuve un año antes, sino que estaba con mi hija, mi maravillosa hija.

Les dimos la bandeja de pasteli-tos que habíamos comprado para celebrar el cumpleaños de Diana y me despedí de ellas. Les di las gracias. Las había perdonado, me había perdonado a mí misma, me había reconciliado, por fin, con nuestra suerte.
Salí de la Clínica emocionada y feliz. Un año después, se había cerrado el círculo. Éramos libres. Somos libres.

Las rabietas infantiles... o cómo comprender lo incomprensible.

Todos hemos oído hablar de las rabietas. Hablamos de ellas con total normalidad, como algo completamente integrado en nuestro día a día, y los que somos padres nos preguntamos unos a otros con naturalidad "¿tu hijo ya ha empezado con las rabietas?" como cuando preguntamos si les han salido los dientes o si ya sabe ir en bicicleta.

Ahora bien... ¿qué es una rabieta? Rabieta viene de rabia... para mí una rabieta es una demostración explícita y explosiva (con rabia, con ira) de un malestar, de un desacuerdo, sea éste importante o no a ojos de quien contempla el cuadro. Y rabietas las tenemos todos, niños y adultos. Lo que ocurre es que a medida que nos vamos haciendo mayores vamos aprendiendo a canalizar la rabia y los enfados, vamos comprendiendo más nuestro entorno y por qué a veces las cosas no son como esperamos, y sobre todo. aprendemos a no demostrar muchas de las cosas que sentimos porque parece ser que no está bien visto.

Pero ¿cuándo se produce una rabieta y por qué? Es una rabieta esa escena en una tienda de un niño gritándonos enfadado que quiere ese juguete, lo quiere, lo quiere y lo quiere; o el otro que se tira al suelo porque no quiere irse del parque; o la niña que da patadas al aire mientras grita "No te quiero"; o la que tira al suelo a manotazos un puzzle a medio montar. Pero también tiene una rabieta ese adulto que pega un puñetazo en la mesa mientras habla con el asesor técnico de su compañía telefónica, o el conductor que le grita y le da bocinazos al de delante porque no va más rápido. En realidad, se producen las rabietas fundamentalmente cuando nuestro enfado o nuestro malestar no encuentra una salida lógica. Cuando nos quedamos sin argumentos, cuando nuestra rabia es tan grande que sólo nos queda abrir la válvula de escape.

En los adultos pasa menos porque, como ya he dicho, somos capaces de comprender mejor las cosas que van pasando a nuestro alrededor, de otorgarles una explicación y tenemos mayor capacidad de espera. Pero en los niños no ocurren estas cosas, y aun en el caso de que comprendan, de que entiendan que tienen que esperar, que hay que ir a casa porque hay que cenar, que se den cuenta de que el puzzle no tiene la culpa de que ellos no encuentren la pieza correcta, aun en esos casos, los niños no saben "aguantarse" la rabia. La rabieta es la expresión de sus sentimientos, de la frustración que están sintiendo en ese momento porque no pueden obtener aquello que desean. y es legítimo que lo expresen. No podemos pretender que, además de amoldarse a nuestras necesidades, ritmos y tiempos, además de intentar aprehender conceptos como el tiempo y la generosidad, se queden callados, tendremos que aceptar que lo único que les queda, en muchas ocasiones, es "el derecho al pataleo" en su más gráfica acepción.

En general, coincido con Aletha Solter en que la mayor parte de las situaciones que provocan esas rabietas en nuestros hijos se pueden agrupar en tres tipos: *El niño tiene una necesidad básica (hambre, sed, sueño.) que o bien no estamos viendo o bien, aunque la veamos, no podemos satisfacer en este momento. Imaginemos a un niño de 3 años con hambre, en coche, camino a casa y en un atasco. aunque sepamos que tiene hambre y lo comprendamos, probablemente no podamos solucionar el problema; lo más habitual será una rabieta por parte del niño. ¿qué haremos? ¿reñirle por tener hambre? ¿reñirle porque llora? ¿gritarle?... nada de lo que hagamos le saciará el hambre.

*El niño tiene información insuficiente o equivocada de la situación en la que nos encontramos. O bien pensaba que íbamos a quedarnos más rato en el parque, o no comprende por qué hoy, precisamente hoy, tenemos prisa en el súper con lo mucho que le gusta a él jugar en el carrito, o quizás él quería comprar cereales y nosotros sólo hemos entrado a por detergente. Pararnos a escuchar qué es lo que quiere o necesita (quizás sea cierto que se han acabado los cereales), así como explicarle con antelación que hoy vamos corriendo porque tenemos médico, o peluquería, o enseñarle un reloj y explicarle a qué hora dejaremos el parque puede ahorrarnos un mal rato a los dos.

*El niño necesita descargar o liberar tensiones, miedos o frustraciones presentes o pasadas. Muchas veces los niños "aprovechan" cualquier mínimo detalle para entrar en una rabieta. Puede ser que estén enfadados o angustiados por cualquier otra cosa y la situación actual sólo sirva de detonante. Tal vez algo que ocurrió en la escuela, donde no se siente tan seguro como en casa, no sale hasta que está con nosotros, en confianza absoluta. En este caso, al igual que en los anteriores, cortar la expresión de rabia no va a hacer más que aumentar el malestar y dilatar en el tiempo la descarga.

Así, desde este punto de vista, no encuentro demasiadas situaciones "enrabietadas" que me pa-
rezcan dignas de reproche. Son, sencillamente, señales de alarma. oportunidades. Para nosotros. Para intentar comprender qué nos está pidiendo nuestro hijo. Para saber si necesita algo de nosotros, tal vez algo material, pero quizás sólo una explicación para que el mundo tenga un poco más de sentido. Quizás, tal vez, sólo un poco más de tiempo con nosotros, o de tiempo a secas.
Así que, ante la pregunta de qué hacer cuando un niño tiene una rabieta, la respuesta será: acompañar. Es decir, comprender que es una demostración de lo que está sintiendo, y que por mucho que hagamos, no va a dejar de sentir. Podemos ignorarlo, reñirle, gritarle o castigarlo, y probablemente consigamos que no tenga rabietas, o que las tenga menos frecuentemente, o que las tenga menos vehementes, pero no conseguiremos que deje de sentirse mal por lo que está ocurriendo. Y conseguiremos, además, que se sienta culpable por sentirlo, cuando es absolutamente razonable que a veces se sienta disgustado.

Por ello, ante un episodio como los que he descrito anteriormente, o cualquier otro similar, lo mejor que podemos hacer es tener paciencia y templanza, hablar con nuestro hijo si nos deja, decirle que entendemos que se siente mal por esta o aquella razón, dar alternativas si existen, cogerle en brazos o sentarnos a su altura y aceptar el dolor que nos está mostrando. Al fin y al cabo, está siendo absolutamente sincero con nosotros, nos está confiando sus sentimientos y sus emociones, y no podemos hacer menos que aceptarlos. Ponernos de su parte, sufrir con ellos la frustración, ser realmente sus cómplices en un momento amargo será la mejor manera de que vayan comprendiendo el mundo, y lo harán con confianza plena en nosotros, que creceremos también si aprovechamos la oportunidad para profundizar en la comunicación con nuestros hijos.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Otra crianza y otro mundo es posible. Acusaciones y soluciones.

En un mundo como el nuestro, que desprestigia la maternidad y la crianza, parece que el cuidado de los bebés y niños es un hecho anecdótico y aislado en la historia de la persona, que no tiene influencia más allá de la infancia, y por supuesto ninguna relación con la sociedad.

Vivimos como si funcionase así porque actualmente predomina una crianza mecanizada: de biberón en vez de lactancia, de chupete en vez de consuelo, brazos o teta, de guarderías en vez de madre, de cunas alejadas de la habitación de los padres, de muñecos que imitan el latido cardiaco, de hamacas y columpios varios, de cámaras para vigilar al bebé en la distancia, de CDs de nanas o susurros, etc.

Sin embargo, la crianza sí influye en la edad adulta y por tanto en toda la vida de la persona, y sí determina cómo es la sociedad. Y sus consecuencias son de tal envergadura y profundidad que llegan a explicar el grado de violencia que vive cada cultura.

A pesar de otro tipo de factores como los genéticos, económicos, etc. la variable que mejor define el nivel de equilibrio emocional de una sociedad es el tipo de cuidado que dispensa a sus niños y a las personas de quienes dependen: su familia. Y nos encontramos entonces con 2 grandes grupos de modelos de crianza y de vida: violentos o pacíficos.

La diferencia entre ellos radica en el tipo de parto, la separación temprana madre-bebé, la existencia de lactancia prolongada o no, el respeto a las necesidades de los niños de día y de noche, el contacto piel con piel que se establece, el número de adultos-cuidadores por niño, la rapidez de respuesta ante el llanto... y en definitiva, en si existe una crianza de apego o desapego.
Los pueblos poco afectivos con sus crías y con poco contacto piel con piel presenta altos niveles de violencia en la edad adulta. Sin embargo la agresividad es casi nula entre los pueblos que mantienen un contacto muy estrecho y continuo con sus hijos.

Los antropólogos han constatado este hecho innumerables veces, pero, por si quedaba alguna duda, la moderna psiconeuroendocri-nología también lo ha confirmado y justificado: a menor contacto con un bebé, menos protegido y más temeroso se siente y más adrenalina segrega su cerebro. En cambio, a más afecto, contacto y amor, más se activan los circuitos cerebrales de la serotonina.

Teniendo en cuenta la plasticidad cerebral de los primeros años de vida, y cómo las experiencias modelan la arquitectura neuronal y la personalidad del adulto, el predominio de una u otra hormona crea individuos distintos. El contacto físico y emocional constante con la madre (la primera fuente de amor) es lo que asienta los sistemas cerebrales del placer y crea personas seguras, confiadas y amorosas. Cuando el niño no recibe el afecto que necesita se crea una cultura basada en el egocentrismo, la violencia y el autoritarismo.

Cada autor lo ha nombrado de forma diferente: desamparo aprendido, indefensión, aprendizaje de la impotencia, desesperanza, sumisión... pero en el fondo todo es lo mismo: sufrimiento y resignación, que determinan una actitud fría hacia el mundo y hacia los demás y que sólo en determinadas circunstancias pueden ser revertidos.

Podríamos creer que todas estas teorías de las hormonas y el apego sólo funcionan con tribus remotas y no en una sociedad con mp3, cirugía estética, hipoteca y rayo láser. Pero no es así.
Esa adrenalina y agresividad nos define también a nosotros y explica el grado de devastación al que hemos sometido a la Naturaleza, el injusto orden internacional, las cifras de miseria y hambre, y la violencia entre los países y en el seno de las propias familias.

¿Cómo hemos llegado a esto? Aunque las explicaciones son múltiples, la más potente y brillante (para el sistema) ha sido perturbar la relación madre-hijo que la naturaleza ha previsto para velar por el desarrollo físico, emocional, intelectual y social de una persona.

Atacando el apego desde la raíz se consiguen ciudadanos vulnerables, siempre necesitados y anhelantes de algo más, desorientados, sumisos y dependientes de una sociedad consumista y devo-radora.

Pero para lograr una ruptura tan radical se necesita un engranaje de diferentes actores que consigan cegar totalmente el juicio y el instinto de las madres. Lo consiguieron. Y estas son mis 15 acusaciones:

1. Acuso a la industria farmacéutica de haber convertido todos los procesos naturales de la mujer en enfermedades tremendamente rentables: menstruación, anticoncepción, embarazo, parto, lactancia, crianza y menopausia.

2. Acuso a la píldora anticonceptiva (y todos los productos hormonales en general en mujeres sanas) de haber alterado totalmente nuestro delicado equilibrio endocrino y de robarnos los mensajes intuitivos que llegan del inconsciente con las diferentes fases del ciclo menstrual femenino, por la relación entre ovarios, determinadas hormonas y actividades de hemisferios cerebrales. Este es uno de los problemas de base sorprendentemente ocultado. Las mujeres no se desconectan en el parto de sí mismas por primera vez, sino que llevan años desvinculadas de la sabiduría femenina ancestral y más unidas a un laboratorio que a su propio cuerpo.

3. Acuso al negocio de la fecundación artificial de aprovecharse de las mujeres desesperadas por concebir y someterlas a dolorosos, caros y largos procesos, en vez de analizar las causas verdaderas (y subsanables) del fracaso en los embarazos, y que nos obligarían a replantearnos el ritmo y el estilo de vida que llevamos a todos los niveles.

4. Acuso a la industria de la alimentación de su macabra y eficaz estrategia para convencer a medio siglo de mujeres y conseguir que la leche de un animal (cuyo cerebro es mucho menor que el humano) tratada químicamente, suministrada en plástico, y por manos frías muchas veces, haya suplido al calor, amor y el milagro de una teta blandita. Este triunfo económico ha significado una condena a muerte a millones de niños en países poco desarrollados, y alto riesgo de enfermedades, menos nivel cognitivo y desapego en los países ricos. Ausencia de lactancia significa ausencia de oxitocina y menos enamoramiento madre-hijo, y a partir de aquí una larga cadena de conductas artificiales.

5. Acuso al sistema obstétrico de haber convertido la normalidad del parto en patología, de haberlo medicalizado hasta el delirio de 50% de cesáreas en algunos países, de no haber respetado la extrema fragilidad del recién nacido y de haber convertido el sagrado acto del nacimiento en una mera extracción y manipulación de bebés.

6. Acuso a los pediatras de haber confundido sus creencias y prejuicios con la verdadera ciencia, de haber frustrado millones de potenciales lactancias exitosas con falsas normas, de haber convertido en enfermedad una pauta de sueño mamífera y de anteponer sus criterios a las recomendaciones de la OMS.

7. Acuso a los neurólogos y psiquiatras de sobre-diagnosticar la hiperactividad, y de drogar y anular a una generación de niños (a pesar de los constatados y denunciados efectos secundarios) con Ritaline/ Rubifren: la cocaína pediátrica.

8. Acuso a los psicólogos de medrar a costa de todos los errores del sistema en crianza, de no hacer honor a su nombre (psiqué=alma), de crear teorías que han justificado la continua domesticación de los niños anulando el leve instinto materno que quedaba (sobreprotec-ción, falta de límites, permisividad por consentir demasiado, malcriar, etc.), y de haber inventado una falsa socialización temprana que no existe hasta mucho más tarde ( 6-7 años cuando queda establecida la lateralidad cerebral).

9. Acuso a los falsos gurús de crianza: Spock/ Ferber/ Valman/ Estivill y secuaces conductistas de hacer apología de métodos de socio-tortura y vender insensibilidad, crueldad y falta de respeto hacia los niños. Si hubiese un Tribunal de la Haya Emocional, todos estos personajes habrían sido condenados por sufrimiento a la Humanidad.

10. Acuso a las feministas clásicas de haber mutilado a las mujeres humillando nuestra feminidad y maternidad, y de haber vendido a nuestros hijos por una falsa liberación que simplemente fue un cambio de lugar de opresión, y que perpetuó y potenció el sistema y los valores dominantes: masculinidad, competencia, depredación, jerarquía. Nunca hubo ninguna revolución social, sino un continuismo con otra cara. Sí es compatible el trabajo y la crianza, pero para eso hay que transformar el sistema y no abducirnos a nosotras y abandonar a las criaturas.

11. Acuso a las revistas femeninas de fomentar modelos de mujeres descerebradas, consumistas, siliconadas, hipersexuales que cuando tienen hijos se convierten en madres virtuales que atienden por control remoto a sus criaturas a golpe de Visa y continúan con su estresante vida sin inmutarse ni un tacón.

12. Acuso al sistema educativo de precocidad, de tener planes obsoletos que no responden a las verdaderas necesidades de aprendizaje a través del juego y la libertad
de expresión, de fomentar la sumisión y obediencia e impedir los procesos de pensamiento independiente y creativos que permiten encontrar el propio camino en la vida .
13. Acuso a toda la sociedad de ser adultocentrista y haber excluido a los bebés y niños de la vida diaria, de infravalorar la maternidad y crianza considerándolas una pérdida del talento de la mujer pero sí valorar a ésta como productora dentro del sistema económico (ni como reproductora ni como cuidadora).

14. Acuso al estado de Bienestar de haber secuestrado la vida de los bebés encerrándolos en guarderías tempranas que se convierten así en una especie de "orfanatos de día" bien decorados, mientras obliga a sus dos padres a trabajar lejos de casa para subsistir en un modelo de vida asfixiante, de haber pasado del concepto de "se necesita una aldea para criar un niño" a la soledad y el desamparo de 8 bebés por cuidadora, de tener unas políticas de conciliación familiar-laboral miserables, de ausencia de ayudas familiares decentes y evidentemente de haber creado una sociedad del malestar en la que según la OMS en el 2020 la depresión será la segunda enfermedad.

15. Y por supuesto, acuso a las mujeres de no escuchar su corazón ni su instinto, de haber sa-criticado a sus hijos para que el sistema los devore (porque ellas ya lo estaban), de acceder a la maternidad y parto con muy poca información y por tanto con una actitud de niñas dóciles que delegan su papel en los demás, de no luchar o exiliarse de este injusto modelo económico ni siquiera dentro del hogar, sino de dirigir la rabia y frustración (consciente o no) contra sus hijos, insensibilizándose ante su llanto y llamadas nocturnas, de obsesionarse por el adiestramiento y las normas, que en el fondo las ayudan a ellas a tener una estructura y orden y a desculpabilizarse de su abandono real, y de centrar todas sus fuerzas en aspectos externos al hogar.

Estos 15 agentes han hecho que llevemos varias décadas con una crianza impregnada del espíritu light de Herodes: subestimar la importancia de satisfacer plenamente los instintos y necesidades de la infancia, y han creado una sociedad DES-MADRADA, no amorosa, no segura de sí misma, no empática con los demás, que es la causa del estado actual de la Tierra.

Afortunadamente esta situación nunca ha sido 100% generalizada y siempre ha habido pediatras,
neurólogos, ginecólogos, comadronas, psicólogos, revistas, colegios y madres y padres disidentes de la crianza oficial, que han sufrido muchas burlas, incomprensiones y zancadillas sociales, pero que han mantenido la luz encendida para todos los que venían detrás con los ojos abiertos.
Ese modelo de desapego nos ha obligado a estudiar e informarnos en profundidad (a veces más que muchos profesionales), nos han obligado a citar continuamente a la OMS, a husmear en los estudios antropológicos, a entender el efecto del cortisol y la alteración de la amígdala, a comparar diferentes culturas, a conocer las ayudas de maternidad del norte de Europa, etc. Pero nos han hecho fuertes.

Y por ello, ha llegado la hora de dejar de justificar la crianza mamífera como preferencia caprichosa personal, y de trasmitir que es la única salida posible para el planeta. Y podemos gritar con orgullo que las evidencias científicas, el instinto, la historia del mundo, el corazón y la Ética están de nuestro lado.

Estamos en un NUEVO PARADIGMA que es el de la maternidad consciente, vocacional y amorosa en total consonancia con otras transformaciones sociales: alimentación más sana, respeto y preocupación por el medio ambiente, auge de las medicinas naturales y alternativas, energías verdes, nuevas formas de espiritualidad, etc.

La pregunta ahora no es qué tipo de crianza eliges, sino en qué tipo de mundo quieres vivir: en el actual de niños y padres separados, dominio de la adrenalina y la frustración, o en un mundo de oxito-cina, amor, fusiones emocionales y bienestar.

La Política tendrá que hacer sus deberes y subir el PIB de ayudas a familias del actual (en España) a más del 2% que es el nivel europeo, aumentar la baja de maternidad, fomentar la creación de espacios familiares, grupos de maternidad y ayuda mutua en el cuidado para compensar el aislamiento y soledad de tantas familias en nuestra sociedad, etc.
Pero las que verdaderamente debemos cambiar el estado de cosas y la mentalidad social somos nosotras: las propias mujeres.

La mujer que gesta y trae al mundo un hijo también gesta de alguna manera la sociedad. En su embarazo, parto, lactancia prolongada y apego con su hijo se gesta la salud física, emocional del niño, su capacidad de amar, de relacionarse con el mundo, su respeto a la vida, su alegría de vivir y su dignidad. Esto es sencillamente: PODER, y, para evitar que lo tengamos, han hecho todo lo posible por desapegarnos de nuestros hijos, ya que los humanos criados de esta manera son sabios y no comulgan con un modelo de sociedad basado en tantas mentiras e injusticias.

La lactancia es el acto más subversivo contra la sociedad actual: es gratuita, crea hijos sanos y felices, colmándoles el estomago, el corazón, los chakras y el alma. En la lactancia hay una parte que todavía no nos han explicado y es la LACTANCIA CUÁNTICA, la unión entre el bebé y el Universo a través de la madre. La lactancia es la alquimia de la vida y es la transmisora del conocimiento ancestral de millones de mujeres a través de una cadena energética de amor. Por ello, hay que defenderla, normalizarla y apoyar su uso como medida prioritaria.

Ahora parece que somos pocos, como una insignificante ola en medio del océano, pero seremos millones, y esa ola se convertirá en un tsunami que cuando llegue a la costa arrasará el sistema. Los nuevos tiempos nos acompañan.
Otro mundo es imprescindible y está al alcance de la mano con tan sólo tres requisitos: oxitocina, apego y conciencia.

lunes, 5 de octubre de 2009

La paternidad, una reflexión

la paternidad, ese maravilloso suceso, ese sentimiento de tener a alguien que es parte de ti, que nace del amor con tu pareja, que... bien, no hace falta seguir, todos somos padres, madres o hijos, así que sabemos de qué hablo. Tener hijos es algo muy bonito, pero es muy duro... Nosotros tenemos dos hijos. Un niño y una niña (¡¡¡qué bien, la parejita!!!). El niño es el mayor, tiene 6 años y es lo que se suele decir un diablillo. La verdad es que lo estamos pasando mal con él, ya desde pequeño lloraba mucho en la cuna para que lo cogiéramos y hasta que no lo hacíamos no se calmaba. Se dormía, lo poníamos de nuevo en la cuna y al rato volvía a llorar para que lo cogiéramos de nuevo.

Esto era un continuo (¡para que luego digan que los niños no son listos!), siempre era así, nos tomaba el pelo a todas horas, si mi mujer le daba el pecho se dormía y teníamos que despertarle, porque todo el mundo sabe que cuando se tiene que comer, se tiene que comer y no dormir. El momento de dormir es en la cuna, cuando toque, no cuando se come. Yo creo que por eso se despertaba en la cuna llorando, porque como se dormía mamando, luego no tenía sueño y aguantaba muy poco.

Le dijimos a la pediatra que no podía ser, que le daba de mamar cada tres horas, pero el niño se quejaba de hambre antes de llegar a las tres horas, por lo que seguro que tenía poca leche, o que no alimentaba suficiente. Menos mal que se lo dijimos. Nos dio unas muestras de leche artificial para probar, y ¡¡BINGO!! El niño mamaba y después le dábamos biberón y así aguantaba nuestras preciadas tres horas.

En fin, a lo que iba, con 5 meses empezamos a darle fruta, el tío no la quería, sólo quería biberón (ya no le dábamos leche materna porque ya no le alimentaba) y nosotros que no... que necesitas vitaminas, venga, come... se la dábamos como podíamos. Muchas veces vomitaba para hacernos sentir mal, menos mal que no nos dejábamos engañar y seguíamos dándole. Esto mismo pasaba por la noche, el problema de dormir no se solucionaba, todo lo contrario, ahora se despertaba todavía más, con ganas de juerga y todo...

El mamón (lo digo cariñosamente) hacía siestas de día y luego por la noche no tenía sueño y se dormía tarde y luego se despertaba cada dos por tres. Hambre no podía ser, porque le dábamos muchos cereales para dormir, como nos dijo la pediatra, así que era pura marranería. Suerte que su habitación queda un poco alejada de la nuestra y casi no le oíamos. Cualquiera duerme con esos berridos. Sé que puede sonar mal dicho así, pero claro, imagínate que vamos y le cogemos: ¡¡¡pues la has cagao bacalao!!! Se ha salido con la suya, ahora siempre que llore esperará que le cojas y llorará aún más si no lo haces. Nosotros no bajamos la guardia en ningún momento, y poco a poco la situación fue a mejor, pasados unos días no lloraba tanto y empezó a dormir bien. Papás:1 Bebé: 0. Así fue pasando el tiempo, cumplió un año y empezó a andar.

Lo tocaba todo, abría mis cajones, me los desordenaba y yo: ¡¡¡NO, NO y NO!!! ¡¡¡Eso no se toca!!! Fijaos lo malo que era, que me miraba, se reía y seguía tocándolo. Llegaba un momento que hasta que no le daba un cachete en el culo (en el pañal, que no hace daño) no entendía (o no quería entender) y eso que ya llevaba 6 meses en la guardería, que de ahí salen muy preparados. A veces le reñíamos y como no le gustaba lo que le decíamos nos pegaba (¿veis como es un diablo?). Suerte que teníamos las cosas claras y que decidimos que eso era una falta de respeto. Eso de pegar en esta casa no. A los papás no se les pega. Tiene que saber quiénes son sus padres, así que cuando nos soltaba la mano le dábamos un cachete a él para que viera lo que es y le castigábamos en una habitación en la que no hay juguetes durante un par de minutos. A veces salía muy calmado, pero otras veces lloraba como un poseso, así que lo dejábamos un rato más. Os explico todo esto para que veáis lo duro que es ser padre, pero si seguís un poco estos consejos veréis que al final te respetan, porque todo esto lo hicimos porque le queremos, por su propio bien.

Sigo... Llegaron los dos años, las rabietas, se tiraba en el suelo llorando y moviéndose como un loco. Si lo hacía en medio de la calle caminábamos unos metros más y lo dejábamos ahí, en el suelo, hasta que se le pasaba y venía. La gente nos miraba y le miraban a él, a ver cómo acababa la cosa. Por suerte siempre bien. No dejábamos que se saliera con la suya. Imagínate que se echa al suelo por la razón que sea y lo coges. Pues te ha ganado, se ha salido con la suya. Cada vez que quiera algo, al suelo a llorar. Con la comida otro tanto. En la guardería nos decían que comía bastante bien, pero en casa ¡¡¡un suplicio!!!

No quiero, no me gusta, cerraba la boca con todo. Peleas todos los días para comer, nada le gustaba. No sé porqué les cuesta tanto entender a los niños que lo haces por su bien. Pues nada, le poníamos la verdura para comer, si no la quería otra vez para merendar, para cenar. Al final se la comía, con malas caras, pero se la comía. Gracias Estivill por esos sabios consejos... Qué vergüenza pasaba yo cuando venían las visitas a casa. El niño corriendo por todas partes, molestando, haciendo ruido: ¡¡¡Pórtate bien!!! ¡¡¡No podemos ni hablar!!! y el tío seguía. En serio, se portaba muy mal.

Yo le decía a mi mujer que dónde leches había aprendido el niño a ser así, si venía de su familia o qué... o que si en esa guardería no lo estaban educando bien quizá habría que cambiarlo a otra. Mis padres, por supuesto, me daban la razón: el niño se portaba muy mal. Esos días se solía ganar algún castigo. Parecía que esperaba a que hubiera gente para sacar sus juguetes al salón, desordenarlo todo y molestar. Llegó un punto que mi mujer y yo estábamos tan cansados del tema, que decidimos hacer un viaje, a ver si así se arreglaban un poco las cosas y al menos cargábamos las pilas. Nos fuimos una semana a París, es precioso, si no habéis estado os lo recomiendo. Lo pasamos genial...

La pena es que al volver todo seguía igual o peor... Sí, volvimos como nuevos, pero nuestro niño se tiró una semana o más casi sin hablarnos por haberle dejado con la abuela. ¡¡¡Con lo que la abuela le quiere!!! Además tiene que entender que lo hicimos porque lo necesitábamos. Estando tan saturados no puedes cuidar bien de un niño. Así entró en el cole, peleas con sus amigos, peleas en casa para hacer los deberes, peleas con la comida, peleas para ir a dormir y discusiones continuamente. Menos mal que nos recomendaron que el niño hiciera actividades con las que se desfogara, que liberara toda esa tensión acumulada (yo pienso que hasta debe tener un principio de hiperactividad) y lo apuntamos a natación y a fútbol, así puede quemar todas esas calorías que necesita quemar y luego en casa se porta mejor.

A veces está tan cansado que es cenar y el pobre cae rendido en la cama. ¡¡¡¡¡Mano de santo!!!!! Viendo que las cosas iban mejor, mi mujer y yo lo hablamos y fuimos a por la niña. No nos costó mucho. Vino rápido. Con ella todo ha sido diferente. Siempre ha comido de buen grado lo que le hemos dado, siempre ha dicho que está bueno. Se puede decir que nos pedía ir a dormir. La poníamos, cerraba los ojos y se dormía, ni lloros, ni pedir brazos, sólo la cogíamos algún ratillo durante el día y se puede decir que lo hacíamos más porque la echábamos de menos que porque ella nos lo pidiera. No hace ruido, no molesta, se porta fenomenal.

Vienen las visitas y no se percatan de que está, porque es supereduca-da. No se queja si le cambias de ropa, de pañal (si hasta hace una caca superfácil de limpiar), si la bañas. De verdad, una auténtica maravilla de niña que nos ha hecho ser totalmente felices. Se puede decir que todo lo que aprendimos y todo lo mal que lo pasamos con el primero ha hecho que nos veamos recompensados con esta segunda hija. Con ella es todo tan fácil...

No hemos ido nunca al pediatra con ella, y eso que siempre le hemos dado biberones, pero es que no se pone mala nunca. Nos vamos a trabajar y la dejamos en casa (el niño en el cole), volvemos y nunca tiene malas palabras para nosotros. Imagino que ha entendido rápido que nosotros somos los papás, que nosotros somos los que mandamos en casa y que todo se hace por el bien de ella, del niño y de la familia. Este año tenemos pensado viajar de nuevo. Hemos decidido llevarnos a uno de los dos, el que se porte mejor... La verdad es que esto lo hemos dicho para no hacer sentir mal al niño, pero está de sobra decidido que será la niña a la que nos llevaremos.

Se lo ha ganado con creces. ¿El niño? Pues con sus 6 años sigue a la suya, desafiándonos a todas horas, superceloso de su hermana, tanto que un día le sacó un brazo de la pelea que tuvieron. Ese día le tuve que pegar ya en serio. Me dolió a mí más que a él, pero fue la única manera de hacerle ver que eso no se hace. Nos cuesta mucho educarlo, pero sé que al final del camino, cuando sea adulto, nos dará las gracias por todo lo que estamos haciendo por él. Ahora ya no hace natación, pero sigue con el fútbol y le hemos apuntado a clases de repaso, porque la maestra dice que va bastante flojo (quizá tenga un déficit de atención...).

Sobre la niña, somos tan felices con ella que casi estamos pensando ir a por otra. A todos nuestros amigos les recomendamos también que vayan a buscar una. Sobretodo ahora, en esta época, después de las Navidades, que las tienen a mitad de precio.

conclusión: si quieres un niño que se porte bien, que no llore, que no haga ruido, que no moleste, que no... cómprate un muñeco. Los niños viven, comen, lloran, juegan, aman, saltan, corren, exploran, rompen, y todo eso lo hacen porque están aprendiendo a vivir y a conocer el mundo en que viven y a sus propios padres. Lo hacen porque son niños.

No hacen las cosas para molestar. No hacen las cosas para probar hasta dónde puede llegar tu paciencia. Todo lo que hacen es porque están aprendiendo y para ello necesitan el apoyo de sus papás, para sentirse seguros en cada nuevo aprendizaje. Saben que solos estarían indefensos, por eso te llaman, por eso piden insistentemente si es preciso que estés con ellos, porque tú, papá o mamá, eres su alimento, eres sus pies, sus piernas, sus ojos, sus manos, eres su abrigo y eres su protector. Necesitan de ti para aprender qué es lo que les rodea hasta que crezcan y lo puedan investigar por sí mismos. No lloran por la noche para engañarte, lloran porque te necesitan, porque tienen miedo y se sienten inseguros, porque están enfermos y necesitan atención, porque tienen hambre y necesitan alimento. Si un niño llora porque tiene hambre, no tardas en darle su alimento. Si un niño llora porque tiene el pañal sucio, no tardas en cambiarlo.

Si un niño llora porque tiene sueño, lo duermes. Si un niño llora porque está enfermo, lo cuidas. Si un niño llora porque necesita cariño y compañía, te está tomando el pelo. No me cuesta entender el porqué de que se hayan multiplicado las consultas a los servicios de Salud Mental. En pleno s. XXI, cuando más importancia se les está dando a los factores psicológicos en la vida de las personas, cuando la Depresión, el Estrés y la Ansiedad son habituales compañeros de viaje en nuestras vidas o en las de algún familiar o amigo, me cuesta entender que se siga sin entender (valga la redundancia) que las necesidades de amor, de respeto y de cariño de un niño deben ser subsanadas. Al contrario de lo que muchos piensan (y nos quieren hacer creer) hacer pasar a un niño por situaciones de sufrimiento es contraproducente. La mente humana no es como un callo, que si sigues frotando se hace duro.

La mente humana necesita unas bases adecuadas para poder afrontar en el futuro reacciones adversas. Si ya de pequeños basamos su crecimiento en sufrimientos (para que se acostumbre y se endurezca como persona) lo que estamos haciendo es permitir sufrimiento a una persona que no sabe gestionarlo, que no sabe huir de él y que piensa que eso es lo normal, sufrir, es decir: ha venido al mundo a sufrir. Todos hemos leído alguna vez los casos del orfanato en el que no se procuraba ningún tipo de contacto a los niños, ni caricias, ni brazos, lo mínimo para que se alimentaran y tuvieran cubiertas sus necesidades básicas (comer, dormir, mear, cagar).

Sorprendió ver que, lejos de convertirse en niños más independientes, más duros y con una mente a prueba de bombas, los niños morían, sí, sí, lo he dicho bien, morían. Los niños se mueren si nadie les muestra afecto, si nadie les da cariño, si nadie considera el alimentar la mente como una necesidad básica. Referente a que los niños buenos son aquellos bien educados, de padres autoritarios, que se sientan cuando les dices que lo hagan, que se quedan sentados y callados para no molestar a las visitas y que no hacen ruido, es necesario comentar lo siguiente: antiguamente los niños se pasaban las horas jugando con sus amigos en el parque, en la calle, en mil y un sitios en los que desarrollaban sus facultades físicas y psíquicas. Ahora los niños no pueden estar en la calle, el temor a un atropello, a un secuestro, a un accidente, es demasiado fuerte para dejarlos a sus anchas. Entonces sólo hay dos posibles soluciones.

O los padres juegan con ellos en la calle o los niños juegan en casa. Si elegimos la segunda, tenemos que entender que los niños necesitan jugar, pues es su manera de aprender. Sobre la alimentación comentada en el artículo, es otro cantar. Los pediatras dan a menudo indicaciones "pasadas de moda". Dar el pecho o el biberón cada tres horas es una bonita manera de estropear la alimentación de los niños. Sobretodo si es leche materna que se digiere mejor y por tanto necesitan de más tomas (es lo ideal).

Tener a un niño pasando hambre "porque todavía no te toca" es como no cenar nosotros cuando tenemos hambre sino a las 22 en punto, aunque nos estemos muriendo de hambre. He dejado abiertos muchos temas a los que no he dado respuesta: los niños salen muy preparados de las guarderías... le di un cachete en el culo... en esta casa no se pega... las rabietas... le castigábamos en un cuarto sin juguetes hasta que se calmaba... Supongo que imaginaréis que no estoy de acuerdo con ellos (o con la visión que se tiene de ellos), pero por no extenderme más, serán temas que trataré en otro momento.

sábado, 3 de octubre de 2009

La lactancia y el vínculo madre-bebé

El amor, el contacto emocional, la empatía, son conceptos fundamentales para dar sentido a la primera relación y más privilegiada de un ser humano: la relación madre-bebé.

Socialmente, se parte del "supuesto" de ofrecer la suficiente cantidad/calidad de amor de padres-madres a hijos. Sin embargo, no siempre lo que creemos dar es lo que logramos transmitir y sobre todo, no siempre coincide con las necesidades de los receptores: los más pequeños. A veces, estamos demasiado ocupados en otras exigencias cotidianas y nos alejamos de "contactar emocionalmente" con las demandas afectivas de nuestros hijos. Sin embargo, su necesidad insaciable de amor requiere de una continuidad estable para la constitución del vínculo afectivo, continuum que debe estar presente como expresión firme y como hilo conductor durante todas las etapas del desarrollo psicoafectivo infantil. Todos los períodos de este proceso de crecimiento son importantes: el embarazo y el parto son la base, pero no menos esenciales lo son los primeros siete años de vida para la consolidación de una mínima base de salud bio-psico-social.

Partiendo de esta premisa de continuidad, vamos a centrarnos en el CÓMO de la Lactancia, en este caso natural (siendo extensible a la artificial).

El AMAMANTAMIENTO (Ora-lidad), representa además de un factor nutritivo saludable a nivel global, la posibilidad de continuar con el "Contacto" que le da seguridad cuando accede al mundo exterior. Es la posibilidad de ir creando un vínculo afectivo seguro, en base a la "interacción" que activamente mantiene con su madre. Stern y otros autores, hablan del diálogo que inician los bebés y secundan las madres de forma armónica o disarmónica. Pero sobre todo, representa la potencialidad de ir experimentando

"experiencias de PLACER":
Si el parto es una experiencia sexual, la lactancia es la expresión primera de la sexualidad en la experiencia de un ser humano. Sin entrar a citar autores, ni profundizar en esta fase del desarrollo, "la oralidad" que se inicia con el contacto de la boca del bebé en el pecho materno le permite satisfacer no sólo una función nutritiva sino también y, sobre todo durante los tres primeros años, una gratificación de su necesidad de placer. Si esta experiencia oral con la doble función señalada tiene un hilo conductor estable de permanencia en torno al placer, paralelamente el bebé podrá ir integrando una percepción del mundo externo cada vez más positiva y menos amenazante. Porque, realmente, la oralidad es también una forma de exploración del mundo exterior que de forma natural comienza con el propio pecho materno, se extiende más tarde al rostro de la madre y luego al entorno. Y así progresivamente se irá estructurando su psiquismo, en base a progresivas experiencias que pueden ser placenteras o displacenteras, en función de la relación vincular que establezcan el bebé y su mamá. Muchas manifestaciones psicopatólogi-cas en edades posteriores (relacionadas con síntomas diversos) podrían evitarse si hubiera un buen abordaje durante este período de la lactancia natural.

Continuando con el establecimiento del vínculo, también LA PIEL es un continente que necesita ser recorrido a través de caricias, masajes y del contacto epidérmico directo del cuerpo materno y del pequeño. Es importante porque permite al bebé ir reconociendo sus límites/fronteras corporales respecto al exterior. Sin embargo, la realidad es que tocamos poco a nuestros bebés: numerosas publicaciones como por ejemplo ésta, afirman que:"los españoles miman poco a los bebés" (D.V.) por temor a malcriarlos. Y paradójicamente, como sabéis, recientes investigaciones (Baylor College of Medicine) han descubierto que los niños que reciben pocas caricias y tienen pocos estímulos "desarrollan cerebros entre el 20% y el 30 % más pequeños que lo normal para su edad" También se ha corroborado que la falta de interacción activa madre-bebé (o sustituto) es nefasta en los primeros años de vida: madres depresivas tienen bebés con un nivel más bajo de pautas de actividad cerebral; es lo que se denomina "cerebros tristes"

Dentro de esta progresiva estructuración biológica y psicológica, LA MIRADA es otra función vital para el desarrollo de la salud no suficientemente valorada. Durante la lactancia, los bebés necesitan mirar, enfocar, disfrutar de los ojos maternos para ir progresivamente saliendo de la indiferenciación (yo-no yo) que los caracteriza. Durante el amamantamiento, no hay mayor atracción para el bebé que los ojos maternos. Quedan embrujados y también nos embrujan con su genuina mirada. La mirada es presencia, contacto emocional, reconocimiento de la existencia del otro...

De esta forma: -La oralidad -El contacto ocular -El contacto epidérmico -Y la presencia afectivo-emocional-energética, van progresivamente consolidadando una relación estrecha entre madre-hijo, que se expresa a través de la manifestación del Vínculo.

Hay numerosos estudios en el reino animal (monos Rhesus) y la especie humana ("hospitalis-mo"), que demuestran que cubrir las necesidades físicas primarias (alimento, sueño, higiene...), si no van acompañadas de contacto físico, seguridad emocional y amor, genera serios trastornos en el comportamiento, como son, entre otros: actitudes de retraimiento, aislamiento, depresiones, y un largo etc., además de un profundo sufrimiento emocional. Someramente, podemos afirmar que el vínculo tiene una base biológica que cumplió un mecanismo de protección primaria: la garantía de supervivencia de la especie.

En nuestra especie, es un largo proceso que se caracteriza por una relación asimétrica: el adulto "debe" adaptarse al ritmo biológico del bebé para favorecer el vínculo seguro, y no a la inversa como algunos manuales pediátricos todavía a veces aconsejan. La característica más sobresaliente del vínculo, es la tendencia natural a lograr y mantener un cierto grado de proximidad corporal con respecto a la figura de apego, que permite contacto físico y sensorial ocular privilegiado, es decir vigilancia con la mirada por parte del bebé-niño de los movimientos de la figura vincular.

Otra característica es su jerarquía: esto significa que existe una preferencia por una figura de referencia que luego se amplía progresivamente. Generalmente esta figura recae en la madre biológica, si es la que otorga los cuidados y la atención emocional adecuada. ¿Qué posibilita y cuál es la función de esta base segura a nivel evolutivo que proporciona el vínculo? Basicamente la posibilidad de exploración del mundo exterior. Sólo exploramos si estamos seguros. Aunque la teoría del attachment afirma que comienza a observarse en nuestra especie a los 12 meses de vida con el inicio de la locomoción, se observa mucho antes en la relación madre-bebé. ¿Cómo intenta mantener el vínculo el bebé que interactúa activamente con su figura vinculante? A través de dos manifestaciones emocionales:
1. La sonrisa: buscando activamente la interacción con el adulto
2. El llanto: cuando desaparece el otro de su campo visual.

El LLANTO es su gran y única expresión no verbal para transmitir sus necesidades internas y afectivas.
Cuando un bebé ve amenazada la estabilidad del vínculo, aunque sea en separaciones breves maternas, se establecen tres etapas de respuesta ante la separación (descrita por varios autores), que manifiestan la vivencia de desolación temporal que vive el pequeño: VIVA PROTESTA: a través del llanto. DESESPERACIÓN: si continúa la ausencia no deseada
RETRAIMIENTO: son los bebés buenecitos, pasivos que ya no protestan.

La respuesta altamente adaptativa es la primera: busca el reencuentro con su vínculo afectivo, para recobrar la seguridad y poder volver a explorar el mundo.

Sin embargo, el llanto del bebé no es interpretado según su código no verbal. Es algo que personalmente me llama mucho la atención y no deja de despertarme sorpresa y malestar pese a haberlo observado demasiadas veces en la vida cotidiana. Afortunadamente, en la consulta los padres-madres están en disposición de una mayor apertura para leer el mensaje emocional del llanto de sus bebés. ¿Qué expresa? ¿Por qué nos cuesta tanto entenderlo y a veces atenderlo?.

El llanto no es otra cosa que una llamada de NECESIDAD. Y digo necesidad porque decir llamada de atención, suele malinterpre-tarse con peligro de malcriarlo. Es una llamada de necesidad para mantener íntegra su confianza en sí mismo y en la vida. Una revista prestigiosa americana, publicaba textualmente "si un bebé de 2 o 4 meses llora por la noche, no necesita comer. Hay que dejarle llorar de 5 a 10 minutos, pues tiene que acostumbrarse a dormir. Para ello, no hay que cogerlo en brazos. Hay que ayudarle a que "entienda" que debe estar en la cuna y no en brazos de sus padres." En la misma línea va el libro "Duérmete niño" tan vendido y cada vez más aceptado socialmen-te. Esto entronca con lo que planteaba al inicio de mi exposición: los bebésy niños son vividos en demasiadas ocasiones como un "estorbo" para nuestra vida cotidiana tan ocupada, y máxime cuando no se respeta la necesidad de la madre de "NO" conciliar trabajo y maternidad como ideológicamente y socialmente se pretende. Es decir, puesto que no somos máquinas, si debemos trabajar por falta de una política laboral adecuada que fomente y reconozca la función maternal durante los primeros años de crianza, es casi seguro que libros como el citado sean un best-seller por propia supervivencia (trabajar y no dormir son incompatibles por sentido común).

A través de recomendaciones como la de dejar llorar para que aprendan a dormir, se aborta "la fase de protesta" tan esencial, para el logro del reencuentro necesario por parte del bebé.
Afortunadamente, la sensibilidad de muchos padres y madres, lleva a desoír semejante consejo cultural que carece de fundamento para la seguridad afectiva del bebé.

La O.M.S. retoma el sentido común, o la capacidad de contacto con las necesidades de los bebés, diciendo textualmente: "cuando un bebé llora entre un amamantamiento y el otro, el motivo no acostumbra a ser el hambre. Por el contrario, es una llamada de atención, para recibir mejores cuidados y más mimos" (¡!). Y continúa, en definitiva "pide que le tengan en brazos más ame-nudo".

Sin embargo, la presión social y cultural contra el ejercicio del cuidado natural, es enorme en la actualidad. De ahí la importancia capital de los grupos de "apoyo a la crianza" y de las "escuelas de padres." En mi experiencia profesional, es el lugar donde los padres se sienten apoyados, reconfortados y reforzados en su función paternal-maternal. Es una auténtica experiencia de prevención y de promoción de la salud infantil. Y, personalmente, la más gratificante.

¡Cuántas consultas posteriores podrían evitarse si durante los primeros años de vida prestáramos la atención adecuada al desarrollo psicoafectivo infantil!

Finalizo señalando que no debemos olvidar que el bebé-niño, es un ser vulnerable y dependiente de su entorno afectivo. Y que esta característica, NO es ninguna deficiencia, sino un requisito indispensable para poder garantizar la recepción de nuestra atención afectiva, la estructuración de su carácter, y la formación de un vínculo seguro y satisfactorio, garantía para la constitución de posteriores vínculos adultos.

En definitiva, la lactancia materna prolongada y a demanda (más allá del año y preferiblemente hasta los tres aproximadamente), cuando se realiza respetando el ritmo y las necesidades afectivas del bebé, es una de las capacidades emocionales y biológicas que debemos preservar en beneficio del desarrollo saludable del bebé-niño, en el plano corporal, emocional y social.
Es un reto para la sociedad en su conjunto (instituciones, profesionales y usuarios: requiere un cambio de actitud) mirar la primera infancia desde el enfoque de la salud. Esta nueva mirada, exige como condición un abordaje integral comunitario, desde el embarazo, a través del parto y por supuesto durante todo el proceso de crianza.

Reivindiquemos que la lactancia materna y el vínculo amoroso sean la guía para la recuperación del simple y valioso sentido común o capacidad de contacto durante la crianza.

Luchemos por recuperar el derecho de todo bebé-niño a ser respetado en sus necesidades de amor y de ritmo madurativo.

Confiemos en que los pequeños saben mejor que nadie su camino. Sólo desean ser acompañados, protegidos y respetados... y adquirirán la confianza suficiente para sumergirse en la vida.

jueves, 1 de octubre de 2009

Un viaje con el corazón

por Patricia Marco

Esta es la historia aún inconclusa de nuestra familia. Una familia que esperamos que esté completa en muy poco tiempo. Una familia a la que le une un gran amor y que comparte cada día la aventura de ser familia.

Hace años, cuando la psicóloga que nos evaluó para nuestra primera adopción me preguntó que por qué quería ser madre, le contesté que quería ver la vida de nuevo a través de los ojos de un niño. Y así ha sido y sigue siendo. Ahora la vida nos da una nueva oportunidad, verla a través de un nuevo hijo.

Hace cuatro meses. un día como otro cualquiera. hubo una noticia que lo cambió todo... Nos escribieron desde Rusia para decirnos que Iván estaba en adopción internacional.
Iván es un niño de 10 años maravilloso, alegre, inteligente, amigo de sus amigos, guapo, guapísimo pero. aún no sabíamos tanto de él.

Cuando recibimos la noticia sólo sabíamos que era el hermano biológico de nuestro hijo, adoptado en Rusia hace ya cuatro años cuando tenía 7 meses.
Durante estos años, hemos seguido la historia biológica de nuestro hijo después de haber conocido en el juicio a su madre biológica y a una hermana.

Ese hecho junto con el de convertirnos en padres, marcó para nosotros un antes y un después. Del shock inicial y la tensión por conocerlos, pasamos a sentirnos afortunados por poder responder en un futuro a algunas de las preguntas de nuestro hijo sobre sus orígenes.
Pero, además, ocurrió que yo jamás pude olvidar a aquella niña y obviar la existencia de otros hermanos. Muchos días me he preguntado cómo estarían, cómo sería su vida, si se parecerían o no a mi hijo. muchas preguntas. porque a menudo he pensado que el destino de ellos podría haber sido perfectamente el destino de nuestro hijo.

Por esa razón, sabíamos que Iván y la niña que conocimos en el juicio habían entrado en un orfanato desde 2005 porque, según nos dijeron, había muerto su abuela paterna, la que les cuidaba, y, por esta razón, su padre les dejó allí, pero les visitaba. Poco tiempo más tarde supimos que la niña había pasado a una familia de acogida en Rusia y que Iván se había quedado solo en el orfanato. Supimos que su madre y madre biológica de nuestro hijo había perdido la patria potestad de los niños cuando los abandonó (imaginamos que por circustancias terribles ya que con ella permanecen otros dos hijos, hermanos igualmente de nuestro hijo).

Cuando supimos que sólo Iván permanecía en el orfanato, preguntamos si podíamos ayudarle de alguna manera y, venciendo las reticencias iniciales de sus responsables, acordamos que le enviaríamos cosas útiles de ropa y aseo y algún juguete sin decirle quiénes éramos.
Preparamos varios paquetes para él y para el orfanato con mucha ilusión y mucho amor hacia un niño al que no poníamos cara, pero al que sentíamos muy cerca.
Tan cerca lo sentíamos que por causa de nuestro interés, y dado que ya teníamos decidido ampliar la familia, nos escribieron ese día de diciembre para darnos la noticia de que había posibilidad de adoptarlo.

La noticia fue en un principio desconcertante para nosotros. Es cierto que en muchas ocasiones había acariciado la idea de saber, conocer e incluso, encontrarnos con los hermanos de nuestro hijo. En muchas, muchísimas ocasiones me sentía agradecida hacia esa mujer que lo llevó dentro de sí, a ella que se cuidó durante su embarazo a pesar de su penuria económica, a ella que había dejado a un hijo en adopción pensando en su futuro, a esa mujer buena y alegre que conocimos en el juicio y que lloró al ver las fotos de nuestro hijo. Muchas veces soñaba con hacerle llegar el mensaje del niño tan maravilloso que era nuestro hijo y en cada cumpleaños de mi hijo me he acordado de ella porque no puedo imaginarme que haya olvidado el día en el que lo parió. Sí he soñado mucho con todo ellos, pero no pude dejar de sentirme desconcertada en un primer momento.

Pero aún así fue un poco desconcertante. En primer lugar, porque en mi cabeza cuando pensaba en ampliar la familia siempre había imaginado a un hijo menor que el nuestro y ése era el primer pensamiento que tenía que cambiar (y os aseguro que no es tan fácil pasar de imaginarte tu hijo como un bebé a imaginarlo con 10 años). Y, en segundo lugar, porque cómo reaccionaría nuestro hijo, cómo se adaptaría un niño tan mayor, qué implicaciones iba a tener para ambos... Además, ninguno de los dos conocía la existencia del otro.

Han sido cuatro meses de mucho pensar, de mucho reflexionar y de muchas meditaciones, de mucho pensar sobre todo sobre lo que era lo mejor para los niños, primero para nuestro hijo y después para Iván. La mayoría muy íntimas porque desde el primer momento tuvimos claro que sólo nosotros tendríamos la respuesta a esta decisión y alguna otra, más especializada, basada en la experiencia de otras personas que han adoptado niños mayores.

Estaba claro, no existía un vínculo afectivo entre ellos pero, si queríamos ampliar la familia y se iba a construir un vínculo afectivo entre dos niños, por qué no entre los hermanos. Además, ¿cuáles eran las razones para no darle ni siquiera una oportunidad a Iván? ¿La edad? ¿Es ésta una razón para negarle a Iván una familia? ¿O se trata más bien de miedo? ¿Cuáles son las dificultades? Por supuesto que las hay, pero creo que simplemente diferentes porque también existen con un bebé y con un niño de dos o tres años. con un niño de 10 años pues serán diferentes.

Me empezó a rondar por la cabeza la idea de que si decía que no y algún día sí volvíamos a esa ciudad a por nuestro segundo hijo no iba a poder dejar de sentir un gran vacío por Iván, por su ausencia.

Al final, después de un intenso proceso de reflexión decidimos que queríamos ir adelante, queríamos que Iván nos conociese y nos dijese si también él quería ser parte de nuestra familia.
Y así partimos hace casi un mes hacia Rusia, cargados de ilusiones, esperanza, con el firme convencimiento de que Iván, salvo que él no quisiese, ya era parte de la familia.
Preparamos el viaje a conciencia, juguetes para compartir con él y verle más en su entorno, un globo del mundo hinchable para enseñarle dónde estaba España, una carta para el primer día contándole por qué estábamos allí y que nos podía decir lo que quisiese, un diccionario ruso-español por si le apetecía cotillear palabras y un libro contándole mil cosas, desde dónde está España, a cómo es España, qué comemos, cómo somos, hasta quiénes éramos, cómo era nuestra familia, hablábamos de nuestro hijo, su hermano, de nuestros parientes, de nuestro día a día. Todo traducido al ruso y con muchas fotos.
Y como ya hice en el viaje en el que fuimos a por nuestro hijo, cargué la maleta con ropa en tonos alegres.

Llegamos a Moscú a las 5 de la tarde. Nos estaba esperando un chófer y con él iríamos hasta la región a unos 350 km de Moscú. Nos habían dicho que llegaríamos entre la 1 y las
2 de la mañana, nos acostábamos y el viernes iríamos a ver a Iván. Está en un orfanato a una hora, hora y media en coche. Nuestro principal pensamiento era poder pasar con él todo el tiempo que nos dejasen el vienes, el sábado y el domingo. El lunes temprano volveríamos a España.

No era mucho tiempo, pero es todo lo que podíamos.
Después de un largo y cansado viaje por carretera, llegamos a la región, descansamos y el viernes nos reencontramos con nuestra intérprete y amiga y con nuestra amiga de los Servicios Sociales que nos había informado de la situación de Iván y nos había ayudado a preparar el viaje.
Visitamos rápidamente la casa cuna donde vivió nuestro hijo sus primeros meses de vida. Todos nos recordaban y le recordaban. Dejamos la maleta de ropa y cosas de aseo para bebés y los paquetes de pañales que habíamos comprado. Fue también muy emocionante recordar aquellos momentos en los que nos convertimos en padres por primera vez.

Estábamos muy nerviosos y con ganas de partir hacia el orfanato y encontrarnos con Iván. Cuando llegamos todo el personal estuvo volcado con nosotros. El director, encantador, todos hablan muy bien de Iván y nos dan todo tipo de facilidades, podemos estar con él todo lo que queremos incluso sacarle de paseo fuera del orfanato.
Llega Iván. Mi marido se emociona tanto al verle que disimuladamente se gira hacia la ventana y llora.

Nos sentamos con él. Se parece tanto a nuestro hijo. Es guapísimo, a nosotros nos lo parece. Tiene la mirada alegre, los ojos color miel, grandes y vivos y una sonrisa que lo llena todo. Está tímido y nervioso (no para de mover una pierna estando sentado). Responde a las preguntas que le hacemos, le gusta jugar al fútbol, tiene dos amigos Dimitri y Serguei y saca muy buenas notas en el colegio. Le contamos que venimos de España y que allí nieva menos que en Rusia y él, sorprendido, nos pregunta que entonces a qué jugamos en invierno (nos hizo mucha gracia).
Le damos la ropa que le hemos llevado y algunos juguetes, un Ac-timel y galletas de chocolate y se zampa medio paquete y el Actimel.

Iván se va a comer y a nosotros nos dan una comida de gala y nos cuentan muchas cosas de él. Sólo le han dicho que tiene una visita de España. Él pregunto si eran papá y mamá y le dicen que no (tienen miedo de que algo vaya mal y el niño tenga una gran frustración). Le dicen que es como otras veces que algún niño ha recibido visitas (según parece esto ha ocurrido y luego no lo adoptan).

Nos vamos de paseo con él. Le entusiasman la cámara de fotos y la de vídeo y se las dejamos y nos graba y nos hace fotos. Sonríe mucho todo el tiempo.
Volvemos y nos dicen que podemos jugar con él. Elige jugar a las damas y se lo pasa bomba ganando a mi marido. Está más relajado y se le ve aún más alegre. Le damos la bola de mundo inflable. La hincha y le encanta ver dónde están Rusia y España.

La educadora nos dice que apenas ha comido porque todos los niños le preguntan por la visita.
Nos cuenta que es un niño de familia, le gusta compartir con sus amigos, que no es agresivo, pero se defiende si tiene que hacerlo y que es un buen estudiante. Le dimos el diccionario pero resulta que aún no ha aprendido las letras en latín (vamos a tener mucho trabajo en la escolarización).
Nos despedimos. Le doy besos y un fuerte abrazo. Le pido un beso y me doy cuenta de que no sabe besar.
Nos vamos y, cuando estábamos en la calle, sale corriendo y nos abraza. Nos sacamos más fotos y le decimos que mañana volvemos.

El sábado volvimos a pasar un día emocionante y bastante más largo con Iván.
Nada más llegar nos estaban esperando el Director y la Asistente Social. Nos han dedicado mucho tiempo y hemos podido reconstruir hasta donde hemos podido la historia de Iván. Además nos han dado datos médicos pero no había nada reseñable por lo que esta parte ha sido breve.
A continuación han ido a buscar a Iván, que ya llevaba rato esperándonos porque los otros chicos nos habían visto desde la ventana y le habían avisado.

Nuestro conductor ha sugerido esta mañana que, dado que a Iván le gustaba el fútbol, por qué no le comprábamos una pelota, y hemos conseguido un balón oficial de la Eurocopa. Se lo hemos dado nada más verle y no se ha separado de él.

Le hemos preguntado qué quería hacer y no quería hacer otra cosa que no fuera ir al campo a jugar con el balón.

Hemos ido a un bosque precioso y allí han estado dos horas jugando al fútbol Iván, mi marido y el conductor, que es también encantador. Se lo han pasado en grande.

Ya era tarde y aunque Iván quería seguir jugando se notaba que estaba cansado y decidimos que ya era hora de comer. Creo que quería disfrutar de aquel momento de juegos sólo para él con dos adultos que están pendientes de él al máximo. No quiere que se acabe nunca.

Hemos ido a un restaurante e Iván ha estado increíble. Al principio tímido, pero finalmente se ha decidido a pedir lo que quería.

Mientras esperábamos la comida ha estado haciendo tonterías con los botecitos de Actimel, jugando a que peleaban entre sí... Me ha gustado ver esa faceta tan infantil de él. Creo que todavía hay mucho niño dentro de él.

Por otra parte, no debe de ser fácil para un niño de 10 años estar comiendo con cuatro adultos desconocidos, tres de los cuales hablan entre sí un idioma desconocido y están todo el tiempo preguntándote lo que te gusta, cuáles son tus amigos, qué haces los sábados... Creo que el auténtico valiente en esta historia es Iván.

En la comida le hemos preguntado si le gustaría venir a España y, como ya nos habían dicho en el foro de adopción de mayores, simplemente se ha encogido de hombros.

Al acabar hemos vuelto al orfanato y estaban muchos niños en el jardín y le han preguntado por su balón nuevo. Hemos conocido a su mejor amigo, Serguei. Son inseparables.
Hemos entrado y hemos jugado a las damas. Él estaba muy atento a las conversaciones en ruso.

Al acabar le hemos dado el libro que le habíamos preparado y ha sido cuando ha sabido que teníamos un hijo adoptado de su misma ciudad. Ha estado muy interesado por todo, especialmente por nuestro hijo, quería saber cuantos años tenía, cuándo estaba hecha su foto, cuál era su habitación en las fotos de nuestra casa. Ha sido muy bonito verle tan interesado. Por supuesto que también ha estado interesado en nuestra familia, quiénes eran mis hermanos, mis sobrinos, sus edades, los hermanos de mi marido. Le ha gustado ver que mi familia vivía en una isla, ha dado un respingo cuando ha visto una foto de una playa... le ha encantado también que mi marido trabajara con ordenadores y nos ha sorprendido que reconociese un portátil y dijese el nombre en inglés. Definitivamente es un niño muy listo. El libro ha sido un gran, gran acierto y en el orfanato les ha gustado mucho. Creemos que mañana nos hará alguna pregunta más sobre él porque no paraba de leerlo.

Al salir, Iván estaba esperándonos, quería irse con sus amigos a jugar a la pelota. Le hemos acompañado y mi marido ha vuelto a jugar un ratito con él.

Le he pedido que me diese un beso y me lo ha dado disimuladamente (sus amigos estaban mirando) pero esta vez, ha sido un beso y yo le he dado mas tarde otro (sin sus amigos delante). y ha estado mas tímido que ayer.

Mañana es nuestro último día con él y él ya lo sabe.

Me ha parecido que dentro de lo que cabe es un orfanato en el que los niños tienen contacto con el exterior, salen de excursión, pueden entrar y salir al jardín a jugar. Nos ha sorprendido lo bien adaptado que estaba Iván a comer en un restaurante, ir al campo...

Y también hemos visto que, dentro de sus limitaciones, los niños no están muertos de hambre. Iván come pero no lo hace con ansiedad, ni devora.

En el viaje de vuelta en coche, mi marido y yo hemos hablado y no pensamos que ningún otro niño que no sea Iván puede ser nuestro hijo.

Mañana será otro día, pero estaremos tristes porque será nuestra despedida de Iván aunque esperamos verle muy pronto.

Al mismo tiempo, nos entristece saber que va a perder a sus amigos, especialmente a Serguei, al que está tan unido. En España no tendrá amigos al principio y esto va a ser duro para él, aunque también creemos que le ha gustado saber que en casa hay un niño con el que podrá jugar
y creo que él es muy consciente de todo eso y, por eso, le ha gustado el saber que ya teníamos un hijo aunque fuese mucho más pequeño que él, pero Iván, aunque es un niño muy inteligente, sigue siendo por encima de todo un niño con un gran deseo de tener una familia y jugar. No dudamos que le queda mucha infancia por delante.

Ya es domingo y hoy me he levantado sintiéndome más mamá si cabe.

Hoy vamos a afrontar con él claramente su opinión sobre tener una familia y que seamos nosotros. No será fácil para un niño responder a esta pregunta, pero vamos a intentarlo sin atosigarle.

Hoy nos iremos con el corazón triste, pero con la seguridad de que pronto estaremos todos juntos.

Iván llegará y, aunque es el mayor, al principio será el recién llegado y tenemos que tratarle como si un bebé hubiese llagado a casa. Mucho amor, mucho apego y mucho contacto físico.
No se puede recuperar el tiempo perdido, pero para el amor nunca es tarde.

Con Serguei podrá hablar por teléfono y en esta espera nosotros también podemos llamar a Iván. La verdad es que estamos encantados con el orfanato y toda su ayuda. Adoran a Iván y ellos
también quieren que todo salga bien. Ya hemos llegado al orfanato y afortunadamente como era domingo no había directores, ni educadores con cargo, ni nada parecido. Les estamos muy agradecidos por toda la información, facilidades y atenciones pero, en alguna ocasión hemos deseado ver a Iván y allí estábamos con los cumplidos y entretenidos en hacernos mutuamente "la pelota".

Iván nos estaba esperando escondido en el jardín. Definitivamente es un niño lleno de ganas de jugar. Le divirtió mucho que lo encontráramos.

Nada más vernos miró qué llevábamos en la mano, intentando adivinar y descubrir sus regalos, y apareció su amigo Serguei y empezaron a comentar entre ellos.

Entramos y nos sentamos en la portería. Le preguntamos sobre el libro que le habíamos dado el día anterior y fue corriendo a buscarlo. Se lo había leído todo y le fue comentando a nuestra intérprete de español (el día anterior no habíamos ido con ella sino con una persona y la amiga que nos informó de la situación de Iván de los Servicios Sociales). Se lo sabía todo y lo que más le fascinaba, o al menos nos lo parecía, era nuestro hijo, recordaba que en una de las fotos era más pequeño, su habitación y sus juguetes y que mi marido trabajaba con ordenadores. Como cualquier niño de 10 años, siente fascinación por todo lo electrónico y la verdad es que no deja de sorprenderme su nivel de desarrollo en este sentido, otra cosa será su nivel de estudios, pero eso ya se verá. Pero en todo lo demás no recuerda en nada a un niño que está viviendo en una institución.

Le preguntamos si quería ver a nuestro hijo en el DVD portátil que llevábamos y nos dijo que sí. Además llevamos filmada nuestra casa por fuera y el jardín y esa era otra de las cosas que le había sorprendido y nos había comentado que la casa era grande. Yo quería con esto y con el libro que todo le fuese algo más familiar y que no todo fuera absolutamente desconocido cuando llegase.

Después hablamos con él y le dijimos que nos gustaría mucho que fuese parte de nuestra familia, que todos le esperábamos pero que no haríamos nada que él no quisiese, pero él no responde nada, baja la cabeza, sonríe y encoge los hombros.