domingo, 27 de septiembre de 2009

Alternativas a los castigos

MUCHOS PADRES Y MADRES de nuestra generación nos hemos encontrado con un problema importante a la hora de criar a nuestros hijos: nos faltan referentes.

La educación que nos dieron nuestros padres está demasiado envuelta en los constructos teóricos de la psicología clásica del aprendizaje y su marco cognitivo-conductual y lo que vemos y leemos a nuestro alrededor suele ser más de lo mismo: se nos propone una educación basada en la prepotencia del adulto, en las órdenes, en el castigo, la amenaza, la evaluación y la recompensa.

Fundamentalmente se trata de un tipo de crianza en el que se pretende conseguir que los niños "hagan lo que nosotros queremos", y eso, de conseguirse, se considera un éxito. Pero ¿sabemos bien lo que queremos? ¿Tenemos claro lo que estamos pidiendo a nuestros hijos o simplemente nos estamos dejando llevar por la inercia de los esquemas que llevamos dentro? ¿Qué es un niño "bien educado"? Y sobre todo, ¿qué es un niño feliz?

Somos muchos los que, en nuestro día a día, sentimos que somos como los policías de nuestros hijos, pasamos el día con el "no" en la boca y con una sensación de tensión permanente, de tener que estar vigilantes a su correcto desarrollo, diciendo lo que se puede y lo que no se puede, pensando y decidiendo por ellos constantemente, castigo en mano acechando.

Sentimos que algo no va bien, que deberíamos disfrutar más los unos de los otros, estar más relajados como padres... tenemos la sensación compartida de que "los primeros años son muy difíciles" "no hay tiempo para nada" "no sé como lo hizo mi madre que tuvo a cinco". pero no sabemos cómo enfocar nuestra paternidad de otra manera. Por un lado no queremos ser extremadamente autoritarios (¡los ciudadanos del siglo XXI no somos autoritarios!), pero, por otro, sentimos a un nivel muy profundo que si no "ejercemos" constantemente nuestra autoridad, si no estamos "encima" de nuestros hijos las 24 horas del día interviniendo y dirigiéndoles en sus rutinas ("venga hay que levantarse para no llegar tarde" "esto se abrocha así"), sus acciones ("no te manches con las témperas"), sus pensamientos ("debería gustarte este abrigo nuevo") y hasta sus emociones ("al hermanito hay que quererlo"), vamos a perder el control.

¿Cómo resolver este dilema? ¿Cómo evolucionar respecto a la educación y los esquemas recibidos y ya incorporados? En casi cuarenta años la sociedad ha evolucionado increíblemente y por supuesto nosotros con ella. El concepto de familia no es el mismo, tampoco lo es el de las relaciones hombre-mujer. La revolución de las mujeres está ya en marcha pero, ¿y la revolución de los niños? Igualmente necesario es que se opere un cambio de mentalidades respecto a la crianza y, sobre todo, respecto a los derechos de nuestros hijos. No sólo a gran escala sino a nivel cotidiano. Si ya no nos relacionamos con nuestra pareja con gritos ni chantajes, si hemos aprendido a comunicarnos en situaciones de conflicto, a hablar de sexo, a aceptar nuevas y diversas estructuras familiares, ¿por qué seguimos relacionándonos con nuestros hijos de una manera tan poco coherente con lo que somos y lo que queremos ser, con lo que hemos aprendido y lo que llevamos a la práctica en otros ámbitos de nuestras vidas? Buscamos dentro de nosotros mismos y encontramos algunas ideas, pero a la hora de llevarlas a la práctica nos faltan herramientas y acabamos cayendo en los esquemas que llevamos dentro, sobre todo en los momentos de mayor tensión o cansancio ("vete a tu cuarto", "como no termines ya la cena quitamos la tele", "¡no tires el abrigo al suelo!").

Este tema se llama "alternativas a los castigos" pero, en realidad, hablaremos de una alternativa edu cativa global. Porque el castigo es y representa el tramo final de toda una serie de despropósitos educativos. Para poder hablar de alternativas, hay que sentar las bases desde mucho antes de que el castigo, la amenaza o la sanción tengan lugar. Analizaremos de la forma más práctica posible estos fundamentos y veremos qué planteamientos alternativos existen para llevarnos por otro camino en la educación de nuestros hijos. Desde esta nueva perspectiva, las palabras castigo, refuerzo, chantaje, pierden todo su significado pero, lo que es más importante, cobran significado otras formas de relación mucho más gratificantes para todos los miembros de la familia: nosotros ganamos en la convivencia mientras nuestros hijos ganan en autoestima.

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