sábado, 26 de septiembre de 2009

El apego hacia nuestros hijos se manifiesta en sus juegos

Las relaciones de apego se fun- se relacionan el juego de calidad damentan, sobre todo, en la con- y el apego, así que voy a dar por fianza y el respeto hacia las cosas hecho que estamos todos en la
que para el otro son necesarias o misma línea y que, en la medida importantes. Comienzo puntua- de nuestras posibilidades, inten lizando esto porque es la base tamos llevar a cabo una crianza para comprender la forma en que respetuosa.

Partiendo de esta base, el juego se convierte en una herramienta que refuerza nuestros vínculos afectivos con los niños porque en realidad, sus juegos son en buena medida el fruto y también el reflejo de la forma en que les criamos.

El juego es, entre muchas otras cosas, un sutil lenguaje de comunicación que comienza a muy temprana edad, basta con que observes a un bebé de pocos meses para percibirlo: ¿Te has dado cuenta de su concentración y su sorpresa al mirarse las manos por primera vez? ¿Te has percatado de cuánto se ha esforzado hasta lograr que sus dos manos choquen una contra otra? ¿Has visto lo feliz que es al lograr llevarse el pie a la boca? Todos esos movimientos son los primeros juegos de un ser humano, durante los primeros meses de vida el descubrimiento de nuestro propio cuerpo y del espacio que nos rodea son nuestro juego principal.

Más tarde, en cuanto el bebé es capaz de desplazarse por sí mismo, empieza el juego exploratorio que nos dará entrada libre a disfrutar de un repertorio interminable de movimientos armoniosos, perfectos. Ante nosotros tenemos un derroche de elasticidad, un explorador incansable, sin miedo al fracaso o al ridículo, capaz de repetir un mismo movimiento una y otra y otra vez hasta lograr entrar, subir, bajar, trepar, estirar y coger cosas. un ser pequeñito que mira con detenimiento y concentración los objetos y los analiza: ¿Hace ruido?, ¿raspa?, ¿es liso?, ¿pesa?...

Y llega un momento en que por sí mismo, sin ayuda de nadie, nuestro pequeño gateador se pone de pie y se lanza a caminar. Todos los desplazamientos que hacía gateando ahora los hace de pie y además transporta cosas de un lado a otro. Se muestra feliz y satisfecho de haber conquistado una nueva perspectiva y al mismo tiempo prueba incansablemente posturas; da vueltas, se pone de cuclillas con la espalda recta y la planta del pie completamente enganchada al suelo, recoge una cosa, nos la trae y continúa explorando.

¿Cómo podemos reforzar nuestro vínculo de apego a través del juego en esos primeros meses? Por supuesto, la presencia de un adulto sereno, paciente y cariñoso es el principal componente para que los bebés comiencen a disfrutar de sus movimientos y de su entorno. Es a partir de la madre o cuidadora que el pequeño comienza a explorar y lo ideal es que el adulto esté al mismo nivel que el bebé, en el suelo. Hay que buscar esos momentos por poco tiempo que se tenga, hacer contacto con el suelo nos relaja a nosotros y por lo tanto relaja también al bebé. Sí, ya sé que no es fácil encontrar el momento de sentarse para acompañar y observar pero para un bebé, estar en el suelo y practicar sus primeros movimientos es tan necesario como comer, dormir o recibir contacto físico y por eso no solamente debe poder hacerlo, además, quienes le acompañen deben comprender la importancia de comenzar a explorar el mundo partiendo de la base más segura.

Cuando los pequeños se desplazan por sí solos, comienzan a explorar ya no sólo su propio cuerpo y el entorno, también disfrutan de los objetos y jugando descubren que el mundo es bonito e interesante y que, incluso, algunos materiales ayudan a comprenderlo mejor.

Hace unos cuantos meses, mi hijo pasó una buena temporada desarrollando un juego. Comenzó por vaciar el cajón de las cacerolas y para él era importante que no quedara ni una, las tapaba y las destapaba una por una e intentaba intercambiar las tapas, estuvo así al menos 1 semana. Después descubrió el mueble donde guardamos las patatas y entonces el juego era poner una patata dentro de cada cacerola y finalmente tapaba todos los recipientes.
Era evidente que el niño mostraba un clarísimo interés por transportar objetos, relacionar formas, medidas y encajar.

Ninguno de los adultos que habitualmente estamos con Pau le ofrecimos las cacerolas como elemento exploratorio. El niño estaba atendiendo a un llamado interno que le indicaba que ése era el juego que necesitaba. En casa no representó ningún problema que las cacerolas donde habitualmen-te cocinamos fueran al suelo, pero si hubiéramos tenido algún inconveniente, lo que tendríamos que haber hecho era buscar materiales o juguetes que le permitieran llevar a cabo la misma actividad.

Era un disfrute ver a Pau tan concentrado, me impresionó mucho el tiempo que dedicó a intentar
poner tapas pequeñas en cacerolas grandes y viceversa. Miraba la tapa por todos lados intentando comprender por qué no encajaba. Un día dejó de probarlo y ponía cada tapa donde tocaba, había comprendido -¡por sí solo!- que por mucho que intentara poner una tapa pequeña a una cacerola grande no conseguiría que encajara. ¡Genial!

Conforme los niños van creciendo sus recursos, curiosidad y capacidad de juego son cada vez más grandes y si cuentan con el espacio, personas y material adecuado bailan, pintan, trepan, corren, montan cabañas, hacen obras de teatro y por supuesto, imitan el mundo de los adultos, pero, ¿cómo podemos saber si las actividades de nuestros niños son realmente un juego? He aquí algunas reflexiones de expertos en el tema que personalmente, me han servido de referencia.
Cuando un niño está jugando olvida el mundo real y se transporta al mundo juego en el que con mucha facilidad se desvelan aspectos fundamentales de la educación y la crianza. En el mundo juego se puede enviar a la silla de pensar igual que lo hace la señorita del colegio, también se puede hacer comer a las muñecas hasta que no queda ni una pizca en el plato, incluso se puede matar a los malos, igual que en la serie de dibujos animados. Si somos capaces de quedarnos quietos y observamos la dinámica en la que el niño está inmerso, podremos, cuando acabe de jugar o incluso unos días más tarde, preguntarle su opinión y darle la nuestra sobre los castigos, la violencia o incluso la muerte.

Sí, el juego puede ser una excelente herramienta para descubrir de una forma "sencilla" los sentimientos y sensaciones más profundos de los niños, sobre todo de los más pequeños. Todas las madres que conozco, yo incluida, solemos preguntar a nuestros hijos ¿qué has hecho hoy en el cole? Los niños casi nunca responden y no porque no quieran, es porque en realidad no se acuerdan o no saben como expresarlo. En cambio, cuando empiezan a jugar lo dicen todo con el cuerpo, la mente y el corazón, tal como afirma López Matallana.

El juego para mí es como la música, un lenguaje universal para el que todos tenemos una predisposición natural, lo que pasa es que nuestra capacidad para jugar de verdad se nos ha quedado soterrada, la hemos perdido entre montones de obligaciones, compromisos, tabúes, complejos y sobre todo, bajo un montón de miedo al ridículo. Cuando los adultos jugamos casi siempre acabamos mostrando un excesivo entusiasmo, evaluamos, comparamos y por supuesto, como somos los que más sabemos, acabamos haciendo de líderes.

Suelo comparar el juego con la música porque cuando los adultos cantamos, bailamos, escuchamos música o tocamos algún instrumento, nos pasa como a los niños cuando juegan, nos transportamos a otro mundo. Y en ese momento, no nos gusta que nos bajen el volumen para decirnos algo, o que de golpe alguien se ponga a cantar la canción a todo pulmón. Estamos tan inmersos en el goce de la música que cualquier interrupción la consideramos una falta de respeto.

El ejemplo de juego y música vale con otras cosas que nos apasionen como hacer deporte, leer o practicar algún hobbie. La idea es que podamos acercarnos un poco a las sensaciones de los niños cuando juegan, sólo así podremos valorar y respetar el juego en su justa medida.
Algunas claves y ejemplos para disfrutar y compartir los momentos de juego:
observar. Sobre todo porque es el único camino que tenemos los adultos para detectar las necesidades de los niños, y también porque es una excelente oportunidad para aprender de ellos.
respetar a la persona que es el niño, su necesidad de jugar y su inagotable capacidad de crear.
no anticiparse. Si tu hijo empieza a levantar una torre y ves claramente que la estructura está mal hecha y no aguantará, no digas nada, te sorprenderá la filosofía y la calma con la que tu hijo se toma el que le caigan las cosas, pero si no es así, probablemente se deba a que aún no está preparado para ese tipo de juego. Si no intervenimos, es muy probable que el niño utilice las piezas para jugar de otra forma o quizá abandone el juego y se dedique a otra cosa. Si nos anticipamos y tratamos de "ayudar", acabaremos haciendo la torre nosotros explicándole al niño paso a paso qué piezas poner primero y cuáles después y aprovecharemos para "enseñarles" a no enfadarse cuando las cosas no nos salen bien a la primera y bla bla bla.

libertad. El siguiente ejemplo vale para bebés y niños más grandes. Cuando un bebé empieza a desplazarse por sí mismo y desaparece de la vista de su madre es porque siente el territorio lo suficientemente seguro para hacerlo, él mismo volverá cuando la necesite. Si el espacio está adecuado para las necesidades de los niños, únicamente hace falta estar mínimamente alerta, no es necesario perseguir a la criatura por toda la casa. Si se va, es porque necesita "perderse de vista".

Confianza. Pero de la auténtica, no como la que nos dan a noso tros en el trabajo, donde se supone que somos "trabajadores de confianza" y resulta que tenemos que pasar una tarjeta que indica la hora a la que llegamos y a la que nos vamos.

si jugamos tenemos que ser uno más, no podemos quitar el protagonismo a los niños porque son ellos los que nos están dando entrada en su mundo, si no somos capaces de asumir el rol de un jugador más, es preferible mantenerse al margen.

No confundirnos y pensar que jugando mucho con nuestros hijos obtendremos una relación de apego; eso sería una trampa, de nada sirve jugar con los niños si lo hacemos sólo con la idea de obtener una mejor relación con ellos. Es más bien al revés, gracias a que conocemos e intentamos satisfacer sus necesidades de desarrollo emocional y afectivo gozamos de una buena relación y eso es lo que ellos manifiestan cuando juegan, con o sin nosotros.

Saber algunas cosas básicas nos ayudará a reconocer el tipo de juego que desarrollan nuestros hijos (libre, estructurado...) y estaremos en posibilidad de ofrecerles materiales y entornos adecuados.

Para los niños, muchas de las labores de las que los adultos estamos aburridos, como lavar platos o ropa, sacar la basura, poner una lavadora, pelar una manzana, cortarla, cocinar, barrer y fregar, también pueden ser un juego.

Finalmente, me gustaría que imaginaras cómo serían tus relaciones si tu pareja, amigos, familiares y jefes respetaran y consideraran importantes tus verdaderas necesidades.
Piensa en las personas con las que te gusta estar, las que te hacen sentir bien y luego analiza qué tienen esas personas que no tengan las otras. Seguramente llegarás a la conclusión de que son aquéllos que te aceptan como eres y que, sin tratar de imponer su propio criterio, religión o creencias, influyen positivamente en tu estado de ánimo y te producen sentimientos de los que te sientes satisfecho y orgulloso.

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