miércoles, 30 de septiembre de 2009

El apego y el vínculo en el nacimiento

Hace ya más de cincuenta años que John Bowlby en un informe elaborado a petición de la organización Mundial de la Salud explicó que: "Consideramos esencial para la salud mental que el bebé y el niño pequeño experimenten una relación cálida, íntima y continuada con la madre (o sustituto materno permanente), en la que ambos hallen satisfacción y goce". Eran los años que siguieron a la segunda guerra mundial y en aquel ambiente de preocupación por la gran cantidad de niños huérfanos y hospitalizados los trabajos de Bowlby y Mary Ainsworth sentaron la base de la Teoría del Vínculo, que ha ido creciendo en solidez y evidencia científica desde entonces. Bowlby describió el vínculo como un instinto biológico destinado a garantizar la supervivencia de los bebés. El vínculo es el lazo que se establece entre el recién nacido y su madre y cumple la función biológica de promover la protección, la supervivencia y en última instancia la replicación. Básicamente lo que sabemos ahora es que la relación madre hijo es la base para todo el desarrollo del bebé, y que las implicaciones son profundas y duraderas, tanto para bien como para mal.

A lo largo de las últimas décadas numerosos estudios han profundizado en todos los aspectos del vínculo desde muy diversas perspectivas. Los más recientes desde el terreno de la neurobiología y la bioquímica empiezan a desentrañar los mecanismos moleculares por los cuales se establecen los vínculos afectivos desde el nacimiento y se mantienen y se refuerzan a lo largo de toda la vida. Conforme crece el conocimiento científico resulta más evidente la importancia que tiene respetar el nacimiento. Como psiquiatra infantil lo que yo he sacado en claro de la teoría del vínculo es que los humanos nacemos con una necesidad inmensa de ser amados y con una capacidad innata para amar. O dicho que otra manera: que biológicamente estamos programados para amar, que el amor es fundamental para nuestra supervivencia como especie, no un capricho ni un lujo, sino algo imprescindible para todos y todas. Bowlby ya hablaba de la satisfacción y el goce como elementos necesarios para la relación del vínculo entre madre y bebé y viendo lo que sucede con las hormonas en el parto, comprobamos hasta qué punto nuestra naturaleza lo tiene todo pensado para que madre y bebé se enamoren y sientan un inmenso goce y satisfacción. Comprendiendo lo que sucede a nivel biológico es sencillo comprender por qué habría que hacer todo lo posible para evitar influir en dichos procesos hormonales.

Conforme transcurre el parto, el cerebro de la madre va produciendo dosis crecientes de oxitocina. Esta hormona es conocida como la" hormona del amor" ya que se ha comprobado que no sólo es la responsable de las contracciones del útero en el parto y en el orgasmo, también es la que en nuestro cerebro hace que sintamos amor, bienestar profundo, empatía, conexión emocional y ganas de cuidar a nuestros seres queridos y de compartir con ellos alimentos, por citar algunos ejemplos. Los niveles máximos de oxitocina en el cerebro tanto de la madre como del bebé se alcanzan en la hora que sigue al nacimiento. Esto hace que la madre sienta un enamoramiento de su bebé que le facilitará enormemente el cuidarle, que tenga ganas de estar con su bebé la mayor parte del tiempo, que se sienta llena de amor y que esta sensación crezca continuamente. Este amor hace que todo lo demás (cansancio, renuncia a muchas otras actividades que ya no son fáciles con un bebé, etc.) sea fácilmente soportable. Este enamoramiento facilita que la madre busque la proximidad continua con su bebé, que se sienta feliz con el contacto piel con piel que instintivamente buscan todos los recién nacidos y que en cuanto el bebé llore la madre busque la manera de consolarle y tranquilizarle ipso-facto.

Ahora sabemos que estas interacciones tempranas a van facilitando el desarrollo cerebral en una dirección y es la de que el bebé vaya aprendiendo a amar, a ponerse en el lugar del otro, a ser más y sociable y empático. La prolactina también empieza su labor tras el parto permitiendo la producción de leche y haciendo que para la madre la lactancia sea algo espontáneo, relajante y sencillo. Sustancias como las endorfinas que también se producen durante el trabajo de parto van a hacer que ese primer encuentro sea muy placentero para los dos y que por decirlo de alguna manera madre y bebé se enganchen de la mejor manera posible. Es decir, venimos al mundo listos para enamorarnos de nuestros progenitores y crecemos gracias a ese amor.

Por el contrario cuanto más se altera ese equilibrio hormonal del parto más difícil resulta sentir ese amor espontáneo y natural. La oxi-tocina sintética que se administra a tantas parturientas no pasa la barrera cerebral: así que la madre percibe las contracciones uterinas con mucho más dolor (al no llegar esa oxitocina al cerebro no se producen las endorfinas que espontáneamente alivian el dolor y producen bienestar) y tampoco va a sentir el mismo enamoramiento de su bebé nada más nacer. Muchas madres cuentan tras un parto hospitalario cómo para su sorpresa no sintieron ese flechazo ni ese profundo amor. En los casos de nacimiento por cesárea programada la ausencia de ese sentimiento puede ser aún más grave: "sabía que era mía y que la quería, pero no lo sentía" como nos contaba una madre, lo que a nivel neuro-hormonal equivale a un escenario sin chute de oxitocina. Bastante menos se sabe sobre los efectos de esas alteraciones del equilibrio natural en el cerebro del bebé. Sue Carter, una de las mayores investigadoras a nivel mundial sobre la oxitocina explica con vehemencia que los efectos de la oxitocina sintética intraparto en el cerebro del recién nacido nunca han sido investigados, y que sus propios experimentos con oxito-cina sobre otros mamíferos recién nacidos hacen pensar que los efectos pueden ser bastante más graves de lo que se imagina, sobre todo a nivel de la conducta amorosa y sexual en la edad adulta, por lo que insiste en recomendar que la oxitocina sintética se utilice sólo en casos verdaderamente urgentes y graves.

También es mayor la evidencia científica de que separar a los bebés nada más nacer de sus madres les produce un enorme sufrimiento y, que si la separación se prolonga, los bebés pasan a estar en un "modo de supervivencia" donde restringen sus funciones al máximo para esperar a que regrese la madre, lo que puede dar erróneamente la impresión de que están tranquilos y calmados, cuando en realidad están tan muertos de miedo que optan por no moverse ni llorar si piensan que no van a ser escuchados. Igualmente se sabe que si se deja a los recién nacidos llorar, los niveles de hormonas de estrés que llegan a liberar pueden dañar el desarrollo cerebral. Son numerosos los estudios que han hallado la altísima correlación que existe entre la separación temprana de la madre y las conductas violentas y disociales en la edad adulta.

Por todo ello está claro que respetar la fisiología del parto es fundamental para conseguir desarrollar al máximo la capacidad amorosa de la especie humana. No hacerlo equivale a empezar la vida en una carrera de obstáculos que los más indefensos a veces no van a lograr superar.

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