martes, 22 de septiembre de 2009

El castigo fisico

por Emily Taylor

El castigo físico es ampliamente utilizado en todas las sociedades como forma de control de la conducta infantil y representa la forma de violencia más extendida en el mundo de hoy en día (según una encuesta realizada por el centro de investigaciones sociológicas (cis) y difundida en diciembre por el Defensor del Menor, el 59,9 % de los españoles aprueba el cachete o el azote a tiempo como método de control de las conductas infantiles). En España, el Código Penal sanciona estas conductas con penas de entre dos y cinco años.

¿De qué hablamos cuando decimos castigo físico?
Entendemos por castigo físico todas aquellas acciones violentas (aunque lo sean levemente) o bruscas sobre el cuerpo del niño consideradas como "leves"" tales como cachetes, pellizcos, coscorrones o azotes... que suelen ser de rápida aplicación, habituales o esporádicas, concomitantes a una conducta del niño considerada como "negativa" y con la finalidad de corregir dicha conducta. No suelen dejar huellas físicas y el niño -sobre todo cuanto más pequeño es- las olvida con facilidad, lo que contribuye al hecho de que no sean consideradas ni social ni familiarmente como maltrato.

Dentro de estas conductas podemos considerar también las relaciones físicas abusiva (es decir, el manejo brusco o violento del cuerpo del niño no como castigo, sino como parte habitual del trato hacia él, esto son empujones, manotazos, etc...) porque en ocasiones coexisten con el castigo físico, en otras le preceden (en los primeros años) y en otras tantas lo sustituyen.
Un poco de historia

En el caso del maltrato infantil se han necesitado muchos años y muchos observadores externos (médicos, antropólogos, psiquiatras, jueces...) para que al fin este fenómeno existiera como tal.
los historiadores están de acuerdo en que fue sólo a partir del siglo XIX cuando la suerte de los niños empezó a ser realmente un motivo de preocupación para ciertos sectores de la sociedad (un ejemplo asombroso es el caso de Mary Ellen Wilson, una niña de nueve años que era gravemente maltratada y cuya asistente social pudo salvar gracias a la ley de protección de animales. Esta niña ganaba, en el año 1874, el primer proceso judicial en Estados Unidos que defendía a un menor de los malos tratos físicos). como consecuencia de este caso, se formó la sociedad para la Prevención de la crueldad hacia los niños.

sin embargo, la existencia del maltrato infantil, en cuanto a realidad aceptada por la sociedad, se constata sólo desde los años sesenta (1961) fecha en que se publica un artículo en la Revista de la Asociación Médica Americana, escrito por Henry Kempe y colaboradores, con el título "El síndrome del niño golpeado" A partir de ese momento, la investigación del maltrato infantil como un área de estudio definida comienza a consolidarse.

Una violencia que no se ve
Decimos que la violencia de este tipo, tenga la magnitud que tenga, siempre resulta invisible a ojos del que la padece y a ojos del que la ejerce y que, aún en sus manifestaciones más leves (por ser las más extendidas y haber sido padecidas por tantas personas) también es invisible.
En la mayoría de los casos, quien castiga de esta forma o trata de esta forma a sus hijos, aunque lo haga eventualmente, lo hace porque cree que está educando, por el bien de sus hijos y para imponer una disciplina (o límites) en la familia. Normalmente, en el sistema de creencias de la persona que agita habitualmente o pega unos azotes su hijo, el abuso no es abuso, sino un acto justificable o necesario. De este modo, la mayoría de las personas no creen que hayan sido maltratados por sus padres de ningún modo, sino que creen que sus padres les educaron de la mejor manera para ellos y que querían lo mejor para ellos.

Por otro lado, la mayoría de niños y niñas que están recibiendo este tipo de castigos, aunque sean de la misma o mayor magnitud que los que nosotros recibimos cuando éramos niños, tampoco lo están percibiendo como violencia ni se rebelan contra ella: lo asumen como algo normal en su vida y en sus relaciones.

Por último, lo habitual es que este tipo de conductas tengan lugar en el seno familiar. Puede que nosotros no ejerzamos este tipo de violencia... pero ¿y nuestro hermano, nuestro primo, nuestros suegros o cuñados? Denunciar o señalar estas conductas en los demás miembros de la familia es realmente complicado por las consecuencias e implicaciones que tendría, lo que hace todavía más invisibles y toleradas estas conductas dentro del ámbito familiar.

Peldaño a peldaño
En el ciclo vital de una familia, con la llegada de los hijos, tienen lugar una serie de cambios estructurales que implican nuevos modos de funcionamiento, por lo general más complejos cada vez y que generan diversos momentos de crisis. Es en esos momentos de crisis en los que los miembros de la pareja no encuentran recursos individuales o familiares para mantener "el orden" familiar y recurren, casi siempre sin una estrategia previa sino de forma impulsiva, al castigo para imponer una disciplina y para sentir que controlan una situación que no pueden controlar de otra manera en ese momento.

como el castigo físico y humillante es paralizante, ejerce un control momentáneo sobre la conducta del niño lo cual los padres consideran como un éxito de su técnica. Esta sensación de control y eficacia aumenta la probabilidad de volver a usar estos métodos y su uso continuado da lugar a la cronicidad y al uso habitual de los mismos. Y al mismo tiempo, la cronicidad y el uso habitual de los mismos favorecen una mayor escalada en el continuo de la violencia. Muchos padres comienzan con azotes esporádicos cuando el niño tiene dos o tres años y terminan usando formas más fuertes de violencia unos años más tarde.

¿Ni un solo azote?
Para un bebé recién nacido, los lazos de apego son sinónimo de supervivencia: el ser humano nace predestinado a establecer vínculos de apego con otro ser humano (la madre habitualmente) como forma de supervivencia física (porque de ella recibe alimento y cuidado) y emocional (porque las figuras de apego organizan la experiencia del niño y eso es lo que le permite madurar cognitivamente).

El niño se aferra al adulto porque le necesita para sobrevivir, independientemente de que el trato que el adulto le dé sea el adecuado o no. La observación clínica ha demostrado con creces que prácticamente todos los niños maltratados por sus padres desarrollan, sin embargo, lazos de apego hacia ellos. Por tanto, los vínculos afectivos y las relaciones de apego juegan un papel central en la construcción de la identidad de la persona y en su desarrollo emocional. Son la base de la pirámide del desarrollo. Sin esos vínculos, sin relaciones de apego, no hay desarrollo. A su vez, la configuración de los afectos es el filtro por el que se recibe toda la información básica para su desarrollo cognitivo, que es fundamental en el desarrollo de la persona y sus relaciones sociales.

Así pues, desde el desarrollo afectivo se construye el cognitivo y gracias a ambos es posible un correcto desarrollo social, pieza clave de la felicidad adulta.

Uno de los aspectos clave a tener en cuenta es el hecho de que el castigo físico, en este caso, es una forma de violencia empleada por las personas que han establecido vínculos afectivos con el niño, de modo que son formas de violencia que entran directamente a la base de la pirámide del desarrollo, con un impacto muy superior al que pueda tener para el niño el presenciar o recibir formas de violencia que provengan de su entorno y comprometiendo todo el desarrollo del niño a distintos niveles.

Tomando como ejemplo el testimonio de Sonia, una niña de catorce años golpeada durante años y relatado en el libro "El dolor invisible de la infancia" (Jorge Barudy, 1998. Ed. Paidós): "Lo que más me duele no son los golpes, no es solamente el hecho de ser golpeada, es el hecho de que sea mi madre quien lo hace'! Los sentimientos de un niño o una niña de dos, tres o cuatro años no son muy distintos a los de Sonia, aunque pueda parecernos que lo son. De hecho, los niños más pequeños son aún más vulnerables y sensibles, lo que nos puede dar una idea del impacto emocional que tienen en ellos las conductas de este tipo y concretamente el tipo de dolor que sienten y por qué lo sienten. Si la violencia proviene de los modelos afectivos básicos, el binomio amor-violencia pasa a formar parte de los elementos constitutivos de la personalidad del niño de hoy (adulto mañana) como un modelo de relación en el que es posible, normal y tolerable el ser agredido o maltratado por aquellas personas que uno ama.

Una visión optimista
Muchos investigadores y profesionales de la salud mental compartimos la idea de que los seres humanos somos una especie po-tencialmente afectuosa y cuidadora. Pensamos que la biología humana nos ha dotado no sólo de una carga violenta sino también de una inmensa carga amorosa destinada al cuidado y la protección de la propia especie.

Hasta hace muy poco, la idea dominante era que la naturaleza humana es primitivamente violenta y esencialmente egoísta, y que los instintos agresivos y sexuales (sobre los que todavía se cimenta nuestra sociedad) aseguraban la supervivencia.

Actualmente están empezando a surgir nuevas perspectivas teóricas que contemplan la otra cara de la realidad humana: la no violencia, el respeto, los cuidados y los buenos tratos entre las personas... encontrando en estos comportamientos ya no bases sociales o psicológicas, sino auténticas bases biológicas que revelan cómo el cerebro y el sistema nervioso central participan en la producción de los cuidados entre los seres humanos. No sólo es posible educar sin pegar, sino que es posible una educación excelente basada en el respeto, la empatía y el apego, tanto para los hijos como para sus padres. Llevarla a cabo y conseguir su generalización es posible, pero requiere un cambio social que, en parte, tiene que venir desde nuestras actitudes individuales.

Como ocurre con otras responsabilidades (medioambientales, cívicas, etc.), son nuestras pequeñas acciones las que van a ir construyendo el mundo que queremos: y el efecto de este cambio individual tiene unas repercusiones, una "onda expansiva" tan importante (tanto en la vida de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos como en la sociedad entera), que merece la pena intentarlo.

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