miércoles, 23 de septiembre de 2009

La relación de los niños con la comida.

Muchos niños comienzan a tener "problemas con la comida" alrededor del año y medio-dos años. Los padres y madres dicen que comen menos, que no prueban bocado, que es imposible vivir así con la inmensa actividad que despliegan a estas edades.

En realidad, el hecho de que los niños coman mucho menos a partir del año y medio (menos en comparación con los meses precedentes, se entiende) se debe simplemente a que sus necesidades calóricas son menores (la curva del crecimiento se empieza a ralentizar).

Acostumbrados al bebé glotón, los padres piensan que su hijo se ha vuelto un "mal comedor" cuando lo que en realidad sucede es que la naturaleza sigue su curso. Los padres que comprenden este cambio y no le dan más importancia, son aquellos que aseguran que su hijo come muy bien. Aquellos que piensan que su hijo debe comer lo que ellos consideran que es una
"cantidad normal" (que en realidad no lo es, aseguran que su hijo come fatal. Ambos niños (los de unos padres y los de otros) comen más o menos la misma cantidad. La diferencia está en la vivencia paterna.

En cualquier caso, es mucho más probable que el niño que crece comiendo sin presiones, al alcanzar cierta edad vuelva a recuperar el apetito. mientras que el niño presionado tiene más probabilidades de no recuperarlo (la comida se ha convertido para él en un calvario y una obligación, no en un disfrute de los sentidos).

Pero hay más.
Resulta que estos pequeños empiezan el colegio alrededor de los tres años y. ¡magia! A los pocos meses los profesores nos comentan que allí devoran, mientras que en casa siguen sin probar bocado ¿Qué ocurre? ¿Es que nos toman el pelo? (piensan unos) ¿Es que estoy haciendo algo mal? (piensan otros).

Añadiré otro caso también habitual: niños que comen con normalidad. empiezan el colegio y dejan de comer en casa. ¿Será que la comida del cole es mucho más rica que la de casa?
Carlos González insinúa en su libro "Mi niño no me come" que el hecho de que los niños no coman en casa y sí lo hagan en el colegio o en casa de los abuelos, se debe fundamentalmente a que en casa tienen la confianza necesaria (pese a ser presionados, en muchos casos) como para poder decir "mira, esto no lo quiero" o "no tengo hambre" haciendo caso a los dictados y necesidades de su propio cuerpo. Sería una especie de prueba de apego superada: si nuestro hijo se atreve a manifestar su rechazo hacia nuestra comida con total tranquilidad, es porque sabe que nuestro amor está por encima de eso. Fuera de su entorno, digamos que "tiene que hacer el papel" A Carlos González no le falta razón: todos somos mucho más modosi-tos fuera de casa (en el trabajo o en casa de determinados familiares) que dentro.

Además de todo esto, añado una observación que me parece fundamental y que es la que ha inspirado este artículo: en el colegio y en la guardería utilizan métodos para obligar a comer a los niños, que son muy poco recomendables ("si no terminas te quedas sin recreo" "el que no se coma todo se va a casa con una nota para sus padres" " va a venir el director" "te vamos a llevar a la guardería con los pequeños" "como escupas la comida te quedas castigada toda la tarde" y toda una serie de amenazas realmente atemorizantes, más aún si tenemos en cuenta que un niño de tres años fuera de casa y sin sus padres a mano es muy vulnerable emocionalmente y por tanto terriblemente sensible a estos métodos).

Las amenazas y los castigos consiguen un efecto inmediato (los niños comen en el cole) pero el efecto real es que, en poco tiempo, acaban aborreciendo el momento de sentarse a la mesa (¡cómo no!) y en cuanto tienen ocasión (en casa, con papá y mamá) prefieren irse por la tangente o, cuando menos, disfrutar del momento de comer "a su manera" Por otro lado, niños que tenían una relación normal y sana con la comida comienzan a tener una relación alterada y sus propias sensaciones de hambre y saciedad pasan a estar mediatizadas por las presiones de que son objeto a diario.

De ahí que muchos niños que comían de forma normal, cuando empiezan el colegio o la guardería, dejan de comer en casa pero sí lo hacen en el comedor escolar. Los padres piensan que el no comer en casa significa un mal hacer por su parte o quizá una manifestación emocional del rechazo a la escuela. En realidad, la explicación se encuentra en el hecho de que en muchas escuelas consiguen "contaminar" el apetito natural del niño de forma difícilmente reversible.
Por tanto, es fundamental intentar que nuestros hijos encuentren su propio equilibrio y lo hagan sin presiones. Y también es fundamental informar a la escuela de que nuestros hijos no han de ser obligados a comer bajo ningún concepto (y aún así me temo que en la mayoría de los casos conseguiremos que, como mucho, se limiten a ciertas amenazas puntuales).

A medida que crecen, parece cada vez más difícil que su afectividad básica (intrínsecamente conectada con su cuerpo y sus funciones) no se vea contaminada por las rígidas presiones del entorno, alterando por tanto todos sus procesos y con ello la percepción de sus necesidades fisiológicas (tenemos un excelente ejemplo precedente con el entrenamiento para el control de esfínteres temprano que suelen llevar a cabo en las guarderías).

La perfecta relación del niño-afecto con el niño-cuerpo se va resquebrajando a medida que los adultos vamos desoyendo sus mensajes e intentamos "llevarlos por nuestra senda" a toda costa. No sólo queremos controlar su conducta, queremos controlar también sus necesidades fisiológicas: no hay que hacer pis cuando uno tiene ganas, hay que hacerlo cuando toca. No hay que comer cuando uno tiene hambre, hay que hacerlo cuando toca. y peor aún, no hay que dejar de comer cuando uno está saciado (la sensación de saciedad proviene directamente del hipo-tálamo, fíjense que poco tiene que manipular ahí un niño) sino que hay que dejar el plato limpio para ser aceptado por los adultos. El niño deja de comer por apetito (que es lo natural) y empieza a hacerlo para complacer, para llenar un hueco afectivo, para evitar un castigo, para tener un premio. Lo que antes era una relación natural con la comida, pasa a ser una relación mediatizada por los deseos y las expectativas de los demás. Y esto es, sin ser exagerada, el mejor caldo de cultivo para futuros trastornos de alimentación.

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